sábado, 15 de agosto de 2009

CONSERVADORES Y LIBERALES EN MEXICO. LIDIA

CONSERVADORES Y LIBERALES EN MEXICO

Al final del imperio de Iturbide, se permitió el desarrollo de dos formas de percibir la parte política, incubadas a lo largo de la colonia,:
Por parte de la logia yorkina: el Partido Liberaly por parte de la logia escocesa: el Partido Conservador.Partido Liberal
Llamado también partido del Progreso y dividido en puros y radicales, fue fundado por José María Luis Mora a principios del s. XIX.
QUIENES lo apoyaban son gente de modestos recursos, profesión abogadil, clero bajo, juventud y larga cabellera, entre ellos están: José Ma Luis Mora, Santos Degollado, Epitacio Huerta, Guillermo Prieto, Juárez, Ocampo, Parrodi, Payno, Silíceo, Comonfort, Manuel Doblado y Ponciano.
El PROYECTO POLÍTICO era introducir cambios profundos en la sociedad para quitar el despotismo y poner libertades políticas y civiles. Se pensaba en una República Federal, Democrática, Representativa, Burguesa y Popular, estableciando los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. Querían que hubiese igualdad ante la ley mantaniendo la constitución de 1824. Otorgar libertades individuales para consagrarse al trabajo, industria, comercio etc, de cada uno. Habiendo tolerancia de religiones.
La IGLESIA tenía un gran monopolio sobre muchas cosas y los liberales quieren que primeramente se separe la iglesia del estado, suprimir la campaña de Jesús y quitarle los bienes de la iglesia para que sean usados así como los tributos, los registros civiles, los fueros, los votos y la educación.
En el EJÉRCITO los liberales quieren que sea disminuido, suprimir los fueros, que estén aparte de los asuntos civiles y que sea una milicia civil.
La EDUCACIÓN es lo primero, entonces se tiene que separar de la iglesia para que así todos puiesen tomar educación. La escuela debe ser Laica, Obligatoria y Gratuita. Estará en manos del estado y siguiendo las líneas de la ciencia.
El PASADO HISTÓRICO es la economía como idea política, tienen ideas de la ilustración, niegan su tradición hispana, creen en el antagonismo (indios V.S. españoles). En su época prehispánica era gloriosa.
Sus HÉROES son Hidalgo, Cuauhtémoc, etc.
Sus TRAIDORES son Cortés, Iturbide, etc.
Sus ALIADOS son Estados Unidos de América.
Partido Conservador
QUIENES lo apoyaban, son gente rica, del ejército, terratenientes, etc. Como por ejemplo Lucas Alamán (fundador), Airangoiz, Elguero, Zuluaga, Juan Nepomaceno, Antonio Haro, Miramón, Osollo, Márquez, etc.
Su PROYECTO POLÍTICO es continuar con el antiguo régimen y orden social español, basado en privilegios en prejuicio de otros. Son sin elecciones. Monarquía centralista con estados convertidos a departamentos, que son 100% independientes del monarca. Son anti-federalistas.
La IGLESIA lo es todo para ellos. La única religión permitida es la Católica con una unidad eclesiástica. Tienen una fuerza económica debido al monopolio de muchas cosas. Tienen la fuerza pública para "moralizar". Se dejan los privilegios y la iglesia coordina la educación para que así no haya ideas liberales.
El EJÉRCITO es 100% apoyado ya que una monarquía sin un buen ejército no serviría para mucho. Se dejan los fueros y es un ejército bastante competente.
La EDUCACIÓN es solamente para los ricos. El clero la controla para que no haya derrames de ideas liberalistas.
El PASADO HISTÓRICO es poco, es una aberración diabólica exceptuando la época colonial ya que fue la parte mas gloriosa.
Sus HÉROES son: Cortés, turbide, etc.
Sus TRAIDORES son: Hidalgo, Cuauhtémoc, etc.
Sus ALIADOS son España y Francia.
PENSAMIENTO ETICO DE JOSE MARTI
Caracterizar, esencialmente, el pensamiento etico de Jose Marti disperso en su extensa obra. Establecer la cercania del pensamiento martiano a la reflexion bioetica actual. MATERIAL Y METODO PRINCIPIOS METODOLOGICOS Los principios , palabra proveniente del latin principiun , significa "fundamento", "inicio", "punto de partida", "idea rectora", cuya funcion principal es regular, en este caso ...
DON MANUEL MORA
De Manuel Mora se han escrito muchas cosas que no dejan bien parado al personaje. Por el contrario, se lo ha denigrado de todas las formas posibles y hasta se le han adjudicado hechos que no cometió. Por otro lado otros incidentes que hablan de malos tratos si fueron reales. El eximio investigador salesiano Padre Brugna, cuyo trabajo es fuente principal para esta monografía, ha hecho una tarea objetiva para mostrar al gaucho en sus reales dimensiones.
Los testimonios sobre Mora son variados, muchos lo muestran como una encarnación del mal mientras que otros son ambivalentes. Parece que fue hombre de carácter fuerte que no admitía contradicciones y que hacía alarde de su poder y riqueza. Amigo de diversiones y fiestas, era afecto a la bebida. Las fiestas se celebraban con frecuencia donde estaba Mora (en una ocasión intercambió a un chileno 500 vacas por un cargamento de vino).
Definido como "camorrero", "sinvergüenza", "personaje siniestro", "gaucho malo"; hay historias que dicen que llego a estar preso en la cárcel de Chos Malal y también detenido en Junín de los Andes a causa de sus peleas. Por otra parte, también se habló de su gentileza para con las mujeres: un testimonio dado por Carmen Ruiz que de niña lo vio en Junín de los Andes relata que ella había ido a comprar a un negocio del pueblo y vio entrar a Mora. El hombre miró a una joven mujer que estaba también comprando y en el momento Manuel adquirió una caja de jabón de tocador obsequiándosela a la sorprendida joven (aunque esta galantería, como veremos más adelante, podía convertirse en una tremenda brutalidad)
Su prosperidad y poderío aumentaban sin cesar: pulperías que vendían toda clase de mercadería traída desde Chile, puestos ganaderos prósperos (hasta se supone que fue Mora el responsable de la inauguración de una cancha para carreras de caballos en el Quilquihué).
La fama de Mora se iba extendiendo y afirmando. Fue tenido en cuenta por los responsables del gobierno de la región: se inmiscuyó en la fundación de San Martín de los Andes (1898) brindando "información reservada" al jefe de las fuerzas militares Rudecindo Roca.
LUCAS PACCIOLO
Datos biográficos:
Las noticias biográficas que se poseen acerca de Lucas Pacciolo no son muy abundantes. A pesar de que todo el mundo habla de él, pocos conocen su obra. Se sabe que nació en Borgo di San Sepolcro, en la actual provincia italiana de Arezzo, pero se ignora la fecha de su nacimiento, aunque se supone que fue entre 1445 y 1450. Tampoco se conoce el año de su fallecimiento, pudiéndose afirmar que en 1514 vivía todavía. Es posible que muriera en el año 1516.
Fue alumno del celebre matemático y eximio pintor de aquella época Pireo Della Francesca. Llegado a los veinte años se mudó a Venecia y entró al servicio del rico mercader Antonio Rompiasi en concepto de profesor de sus hijos. En 1470 escribió un tratado elemental de álgebra que dedico a los hijos de Rompiasi. Es seguro que allí pudo familiarizarse con la vida de los negocios y observar el desarrollo de lo que ahora llamaría "trabajos de oficina". En 1471 fue a Roma como huésped de León Batista Alberti, famoso humanista, matemático, arquitecto, etc, prototipo del "Hombre Universal" de su época y de su pueblo, este hecho demuestra que los matemáticos de su época lo tenían en gran estimación; no era cosa fácil tener la amistad del gran genio Florentino. Ingresó a la orden de Los menores de San Francisco. Del años 1475 a 1478 enseñó matemática en Perusia, donde escribió una segunda obra de álgebra. En el año 1481 Publicó una tercera obra sobre matemáticas. Posteriormente, de 1490 a 1494, enseño en Nápoles y Padua; fue a Florencia y al fin regresó a Venecia, para preparar y revisar su obra maestra.
En la época en que vivió Lucas Pacciolo, los hombres de ciencia no tenían la condición de "especializados". Era la época cumbre del impulso renacentista, y las inteligencias privilegiadas de aquel tiempo abarcaban todas las ramas de las ciencias hasta entonces conocidas.
Lucas Pacciolo pertenecía al grupo de aquellos renacentistas que se sentían atraídos por todos los aspectos del saber humano. Además, Lucas Pacciolo, contemporáneo de Leonardo fue su amigo, colaborador en varios trabajos, compañero de estudios y docencia, y en algunos de los libros publicados por Pacciolo figura dibujos de Leonardo, según afirma el propio Pacciolo.
Por otra parte, Lucas Pacciolo, hombre de extraordinaria cultura, estuvo relacionado con altas jerarquías de la Iglesia, fue secretario de varios cardenales y mereció especial y personal protección de los papas Julio II y León X (Juan de Médicis).
Lucas Pacciolo, matemático, teólogo, arquitecto, místico, geómetra, poeta, etc., escribió varias obras sobre diversas materias; pero, según ya hemos dicho, aquellas que le han dado renombre son la Summa de Aritmética, Geometría, Proportionatie et Proportionalita (1494) y la Divina Proportioni (1509), ambas de carácter eminentemente matemático.
La Summa es casi el primer libro impreso que se ocupa de matemáticas, se le puede considerar como el origen de la escuela matemática italiana que había de brillar en el siglo siguiente. Dentro de ese conjunto enciclopédico figura un tratado especial ( que titula Tractatus Partícularis de Computis et Scripturis ) dedicado a explicar la contabilidad de los comerciantes; siendo así la primera obra impresa que explica la "partida doble" y fue sin discusión alguna, quien expuso por primera vez la base de una "doctrina" sobre este sistema.
No hay duda que la contribución de Pacciolo a la contabilidad fue histórica, porque su libro reúne la estructura completa de la contabilidad a partida doble, no sólo con la explicación de los libros necesarios sino también con una exposición muy avanzada de procedimientos.
LA ESTRUCTURA COMPLETA, FRAY LUCAS PACCIOLO
Cabe a Lucas Pacciolo la celebración perenne, el haber otorgado a las generaciones un sistema de contabilidad por medio de la partida doble, alma y teoría principal de las ciencias contables, legando las bases de la contabilidad y la teneduría de libros que conocemos en la actualidad.
La Ecuación Fundamental de Pacciolo fue:
ACTIVO – PASIVO =CAPITAL
Siendo la ecuación básica de la Partida doble. Cuando Pacciolo publica su famoso libro "Summa de Aritmética, Geometría, Proportionati et proportionalites" el 10 de noviembre de 1494, a través del "Tractus XI- Particularis de computis et scripturis",nos dejó su legado a través de 36 capítulos su tratado de cuentas, de contabilidad por la partida doble dando inicio a la ciencia de la Contabilidad. Aconseja utilizar 4 libros: Inventario y Balances, Borrador o Comprobante, Diario y Mayor.
Reglas de la partida doble -Principios fundamentales:
1. No hay deudor sin acreedor.
1. La suma que se adeuda a una o varias cuentas han de ser igual a lo que se abona.
2. Todo el que recibe debe a la persona que da o entrega.
3. Todo valor que ingresa es deudor y todo valor que sale es acreedor4. Toda pérdida es deudora y toda ganancia acreedora.
EL TRATADO DE COMPUTIS ET SCRIPTURIS
En las primeras páginas del tratado especial, Pacciolo declara que ha adoptado el sistema usado en Venecia, por cuanto es el que, entre otros, le parece ha de ser recomendado.
Lo primero que ha de hacer un comerciante es establecer el Inventario de lo que posee. Relacionará las cuentas por orden de movilidad, empezando por la de "Caja", esto es, de mayor a menor movilidad, lo cual contiene el germen, el principio de la clasificación moderna de las cuentas del Balance. El Inventario se escribirá en una hoja o en un libro.
No queda muy claro el criterio de Pacciolo respecto a lo que ahora llamaríamos "valoración" de las mercancías inventariadas, pero parece deducirse que ha de tomarse el precio del mercado. Lo cual no sería muy acertado si se interpretará en el sentido de que las existencias han de valorarse a "precio de venta en el mercado", pero ya no sería tan discutible si se entendiera a
"precio de compra en el mercado". De todos modos, este punto de las valoraciones es una de las partes más débiles del Tractatus.
Después del Inventario se anotarán las sucesivas operaciones, sirviéndose de tres libros, a saber: el Memoràndum, el Diario y el Mayor (libro Quaderno Grande) Pero dice que algunos prescinden del Memorando (libro borrador) El libro Mayor ha de tener un índice para poder encontrarlas cuentas (libro Trovarello).
Recomienda numerar y firmar cada página, y que los libros sean presentados a una oficina pública ( como parece ser, ocurría en Perusa), para que en la primera página se inscriba lo que ahora llamamos "diligencia de legalización", y añade que conviene hacer constar en los libros el nombre de quien ha de escribir en ellos.
El primer asiento, en el Diario, será la contabilización del inventario inicial, con abono a la cuenta del Capital, que llama Cavedale, añadiendo que esta cuenta de Capital siempre ha de figurar como acreedora, tanto en el Diario como en el Mayor. Pero del último párrafo del capítulo XXVII se deduce que cuando en el Inventario hay cuentas de Pasivo, éstas han de cargarse en el Capital; por tanto, el saldo de la cuenta de Capital indica el haber líquido del comerciante. De todos modos, los cargos a Capital por partidas de Pasivo del Inventario están defectuosamente explicados.
En el Diario de Pacciolo, los asientos son todos de "tal a tal" esto es, de un deudor y un acreedor. Cuando hay más de uno, los fracciona (por ejemplo, cada partida del Inventario da lugar a un solo asiento de abono a Capital, y por tanto hay tantos abonos a dicha cuenta como partidas del Inventario) En el ejemplo que presenta de Inventario inicial figura una partida correspondiente a acreedores del comerciante, esto es, a Pasivo, pero no desarrolla en el Diario el ejemplo de asiento que le corresponde, aunque del citado capítulo XXVII se desprende que tal partida ha de producir cargo en la cuenta de Capital. Los asientos compuestos no aparecen hasta 1605, en la obra del alemán Simón Stevin.
En el libro"Memorando" (cuando se lleva) se consignan las notas, datos y explicaciones que después han de servir de base para los asientos a redactar en el Diario. Cada vez que un asiento es pasado del Memoràndun al Diario, se trazará una raya diagonal sobre el asiento del Memorando, con objeto de que quede constancia que el traspaso ha sido efectuado.
Los asientos del Diario han de redactarse sobre la base de que "para cada deudor corresponde un acreedor" (Cáp. XXXVI), y añade: "El mismo día que se produce un deudor, también nace simultáneamente un acreedor"
Pacciolo sólo usa asientos de la forma externa de "tal a tal", y por este motivo las cantidades únicamente se escriben una sola vez, al final del asiento, y no se establecen sumas en el Diario. Los títulos de las cuentas deudoras van a la izquierda y los de las cuentas acreedoras a la derecha. Así, una compra de harina a pagar a plazo dará lugar, en el Diario, a un asiento de la forma esquemática siguiente:
Por harina a Fulano de tal
En la época de Pacciolo (y en realidad hasta la primera mitad del siglo XVIII) no existía la cuenta general de Mercaderías sino que sé habría una cuenta a cada clase de artículos o partidas de géneros.

Recomienda llevar diversas cuentas de "gastos", sin olvidar de "gastos domésticos". Recomendación excelente la de diferenciar las varias cuentas de gastos, indispensable para conocer las causas que concurren a la formación del beneficio o pérdida del negocio; recomendación mantenida por todos los autores modernos, aunque no seguida y aplicada todavía en todas las actuales contabilidades. El pago de gastos dará lugar a un asiento del tipo:
Por gastos a Caja
Se ocupa con bastante detalle de la forma de establecer lo que actualmente llamaríamos "Balance de comprobación", pero limitado a las columnas de las sumas, esto es, sin consignar los saldos.
Sin embargo, el "balance de comprobación" que explica Pacciolo difiere fundamentalmente del Balance que ahora designamos con dicho calificativo.
En efecto, el Balance de la época de Pacciolo se establecía atendiendo solamente a las anotaciones del Mayor. Así, cuando en la regla 6ª del Cáp. XXVI dice que la suma de acreedores se refiere solo al Mayor. No se efectuaba ni podía efectuarse la confrontación entre las sumas de las cuentas del Mayor y las del Diario, debido a que, según ya hemos indicado, en el Diario no se determinaban sumas ni podían prácticamente establecerse, pues las cantidades se escribían al final del asiento, después de la explicación. La operación del "punteo" se imponía
No fue hasta 1796 que E. T. Jones señaló la posible y necesaria concordancia aritmética entre las sumas de las partidas anotadas en el Diario con las sumas del Debe y también con las del Haber de todas las cuentas del Mayor.
En las operaciones de trueque, frecuentes en aquellos tiempos (por ejemplo, una entrega de azúcar a cambio de tela), redacta un asiento del tipo:
Por tela a Azúcar
Estos asientos tiene la importancia de poner de manifiesto que la condición de deudor y acreedor puede ser aplicada no solo a personas, sino también a "cosas".
Al redactarse un asiento en el Diario, dice que dentro de la explicación puede ponerse cualquier clase de moneda, pero que fuera de la explicación, esto es, en la parte destinada a cantidades, ha de escribirse siempre la misma clase de unidades monetarias. Los asientos del Diario han de ser trasladados al Mayor, indicando en el primero, al lado de cada cuenta, el número del folio que en el Mayor corresponde a dicha cuenta. Por tanto, cada asiento del Diario ha de producir, en el Mayor, una anotación en dos cuentas (pues como ya se ha dicho solo se emplea asientos de "tal a tal") Recomienda la práctica de lo que ahora llamamos el "punteo" entre el Diario y el Mayor, y lo explica con gran detalle.
Al final de lo que ahora llamaríamos "ejercicio contable" establece los saldos de cada cuenta del Mayor. Recomienda el cierre de libros al terminar el año natural (Cáp. XXXII)
La liquidación de resultados se redacta en el propio Mayor, en una cuenta especial que denomina Pro e Danni y también Avanzi e Disavanzi, equivalente a nuestra actual cuenta de Pérdidas y Ganancias, la cual, dice no ha de abrirse en el Diario, sino en el Mayor. Por tanto no hay asientos de "cierre" ni de "regularización" en el Diario. El saldo final de la cuenta especial de resultados es transferido, en el propio mayor, a la cuenta de capital.
Este procedimiento no es el que ahora se aplica, pero su adopción conducía forzosamente entonces al resultado de que la cuenta de Pérdidas y Ganancias no funcionaba durante el ejercicio, sino únicamente al final; que es lo procedente y lo que todavía no ocurre en algunas modernas contabilidades. El concepto de "Balance" en el sentido que actualmente damos a esa palabra no se inicia hasta Pietra (1586), para perfeccionarse en forma definitiva por Flori (1677) Hasta entonces, la palabra "Balance" significaba solamente "Balance de comprobación, de sumas", con las limitaciones que hemos señalado al no existir concordancia aritmética entre el Diario y el Mayor.
Respecto a la correspondencia referente al negocio, expone la conveniencia de conservar una copia resumida de cada carta o copiarlas íntegramente si son importantes, llevando un libro registro.
Se ocupa de los errores y de la forma de corregirlos sin acudir a raspaduras ni enmiendas. Y también se ocupa de las cuentas en participación, que entonces eran un equivalente de lo que después han sido las "compañías".
El principal defecto de la obra de Pacciolo es el escasísimo número de ejemplos de asientos. Los autores inmediatamente posteriores a Pacciolo, si bien es cierto que en su mayoría resultarán ser simples traductores o copistas, se dedicaron a presentar mayor número de ejemplos, permitiendo así conocer mejor el manejo de las cuentas. Después de la obra de Paciolo se publicaron en Italia y fuera de ella otros libros sobre Contabilidad, pero solo existen dos autores dignos de este nombre: Angelo Pietra (1586) y Ludovico Flori (1633), que a su vez fueron copiados por otros

* El 10 de noviembre de 1494 Lucas Pacciolo publica su obra: "Summa de Aritmética, Geometría, Proportionati Et Proportionalita", a través de su "Tractatus – XI" recopila una serie de datos vertidos en los antiguos contadores y da amplia referencia sobre la Partida Doble.
* Aconseja utilizar 4 libros de contabilidad: Inventario, Borrador, Diario, Mayor.
* Su ecuación fundamental fue:
Activo = Pasivo + Capital
* Reglas de la Partida Doble:
1. Toda persona que me debe era anotado en la parte del débito.
2. Toda persona que yo le debo era anotado en la parte del haber.
3. Toda bien que entra a la empresa era anotado en la parte del debe.
4. Todo bien que sale de la empresa era anotado en el haber.
5. Todas las pérdidas son anotados en la parte del débito.
6. Todas las ganancias van anotados en la parte del haber.
Esta lectura revela la gran importancia de las obras de Lucas Pacciolo, ya que se estructura de una forma adecuada y se trata de ser lo más explícito en la interpretación y la aplicación de cada una de ellas a la Contabilidad.
También se concluye que el DEBE y el HABER son los pilares de la gran estructura, de la ciencia de la Contabilidad al ejercer su acción sobre las operaciones económicas que generan su aplicación:
o No hay deudor sin acreedor ni acreedor sin deudor.
o Activo (representa los bienes y propiedades)
o Pasivo (representa las deudas con terceros)
o Capital (la inversión de dinero en el negocio)
Otras de las conclusiones a las que se puede llegar después de apreciar la presente monografía, es gran genialidad del Fray Lucas Pacciolo, que con sus grandes conocimientos y aportes que dio en su época fue reconocido por muchos genios de ese entonces, saliendo así del anonimato en el que se encontraba, y que hoy en los tiempos modernos estudiamos ya que aportaron mucho a la estructura .

Valentín Gómez Farías (1833/1846-47)
Nativo de Guadalajara, Jalisco, nació el 14 de febrero de 1781. Fue cinco veces presidente, en sustitución de Santa Ana, en su carácter de vicepresidente.
El primer periodo fue del 1 de abril al 15 de mayo de 1833, y sucesivamente del 2 al 17 de junio del mismo año; del 6 de julio al 27 de octubre de 1833; del 5 de diciembre de ese año al 23 de abril de 1834, y del 24 de diciembre de 1846 al 20 de marzo de 1847. Falleció en la ciudad de México, el 5 de julio de 1858.
Esta fue promulgada el 5 de febrero de 1857 (en México). También la constitución de 1917 fue promulgada un 5 de febrero (en Querétaro). Entre los diputados notables del congreso constituyente de 1856 se encontraban Ignacio Ramírez, político y poeta conocido como "el nigromante", José María Mata, Ponciano Arriaga, Santos Degollado, Melchor Ocampo, Miguel y Sebastián Lerdo de Tejada, Benito Juárez, y otros más.

La mayoría de ellos de ellos eran fanáticos masones. Como no había conservadores entre ellos, esta constitución salió puramente liberal, lo que provocó en los conservadores un descontento y rechazó absoluto, declarándose enemigos de ella y repudiándola. Algunos de sus puntos eran:

1. no se reconoció la libertad de cultos, únicamente la religión cristiano-católica. esto era un ardid político para que la juraran todos.
2. decretaba ya, parcialmente, la diferencia o separación entre la iglesia y el estado.
3. establecía un registro civil. con esto, el registro parroquial dejaba de ser el oficial.
4. no se nacionalizaban los bienes del clero; pero la iglesia no podía administrar o poseer bienes raíces.
5. el respeto a las garantías individuales, llamados derechos humanos, declarados por primera vez durante la revolución francesa.
6. establecía un sistema unicameral en el poder legislativo; con ello desaparecía la cámara de senadores y quedaba solo la de diputados. esto no fue del agrado de comonfort porque se dotaba de gran fuerza al poder legislativo y con ello el ejecutivo perdía ventaja en el dominio del país.
7. se ratificaba la ley Juárez, es decir se prohibía a los tribunales eclesiásticos y militares conocer en materia que no fuera de su absoluta competencia.
8. proclamaba la libertad de pensamiento y expresión del hombre.
9. proclamaba la libertad de enseñanza y de prensa. esa libertad de prensa atacaba a la iglesia; pero también era un arma de doble filo, porque se podía revertir contra el gobierno mismo y presentarlo o exponerlo públicamente.
10. sé reimponía la exclaustración.
Con todo esto y con la amenaza de la iglesia de excomulgar a quien jurara la constitución, casi nadie la juró, salvo los empleados y funcionarios públicos, a quienes se les obligo a hacerlo.
La constitución de 1857 formó parte de la legislación conocida como las Leyes de Reforma, promulgadas por un grupo de liberales del que destacan Benito Juárez, Miguel Lerdo de Tejada y Melchor Ocampo.
El Congreso Constituyente inició sus labores el 18 de febrero de 1856, y durante casi un año la Asamblea Legislativa -conformada por hombres como Valentín Gómez Farías, Francisco Zarco, Ponciano Arriaga, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez e Ignacio Luis Vallarta- debatió temas fundamentales para la Nación: los derechos del hombre, la forma de gobierno, la soberanía de los estados con respecto al centro, la división de poderes y el respeto a la Constitución.
El día de hoy hemos sido convocados para conmemorar con 14 de febrero pero del año de 1781 nació Valentín Gómez Farías uno de los mas preclaros talentos del siglo XIX quien nos heredo este documento que hoy forma parte de nuestra memoria histórica y sobretodo de la recepción de las ideas liberales sobre las cuales Jesus Reyes Heroles había señalado que si simplemente se ve en el liberalismo mexicano la recepción de la modernidad en su literatura originadora o derivada de los hechos históricos que la caracterizan, se está, a no dudarlo, adoptando un criterio unilateral.
Nació en Guadalajara; estudió la carrera de medicina la cual desarrolló más tarde en la ciudad de Aguascalientes. Después se inclinó por la política, carrera muy difícil en esa época. Logró ser regidor del ayuntamiento y diputado en las cortes españolas.
Gómez Farías tenía cierto fervor por su patria, tan evidente que a través de todos los actos que realizó, pudo implantar una república federal, libre, y democrática en el país como lo deseaba.
Nosotros creemos que luchar por una república federal y democrática fue su gran obra; además que como vicepresidente durante el gobierno de Santa Anna, provechó las retiradas estratégicas del presidente, en las que asumiendo la presidencia, intentó cambios radicales en la estructura político-social de la nación.
Por mala suerte estos cambios daban marcha atrás, cada vez que Santa Anna regresaba; a pesar de la inestabilidad política de la época, Gómez Farías sentó las bases de la reforma con principios liberales, que actualmente forman parte de nuestra constitución política.
Entre otros logros de Gómez Farías están:

*La libertad de opinión, supresión de las leyes de represión a la prensa, la abolición de los privilegios de la iglesia y el ejército, la supresión de las ordenes monásticas; así como establecer los medios que procuraran el mejoramiento de los grupos indígenas y la educación de las clases populares, todos ellos, principios liberales.
Valentín fue constituyente en los años de 1824-1857. Otras de sus hazañas fueron la de suprimir la Universidad Pontifica de México, sustituyéndola por la Dirección General de Instrucción Pública para el Distrito y territorios de la federación. Llevó a cabo la instauración del Instituto de Ciencias Médicas, que más tarde se convirtió en la Facultad de Medicina. También dictó una ley permitiendo la organización de la Biblioteca Nacional.
El doctor José María Luis Mora fue uno de sus colaboradores más cercanos.
El documento que contiene plasmados los ideales de Valentín Gómez Farías se conoce con el nombre de "Leyes de Reforma", la expedición de estas leyes, cubrió casi un año, de abril de 1833 al mes de abril de 1834, en este lapso se dieron nuevos levantamientos en contra de la obra reformista, pero que fracasaron en su intento por impedir la tarea de Gómez Farías.
En el orden económico se dispuso que el gobierno se hiciera cargo de los bienes del duque Monteleone, destinando sus rentas para el sostenimiento de la educación pública (27 de mayo de 1833); se ordenaba la secularización de las misiones de California, desde entonces sus productos pasaban a la renta nacional (17 de agosto de 1833), y los bienes y capitales de las misiones de Filipinas pasaran a la Federación (31 de agosto de 1833).
Las reformas a la iglesia prohibían al clero regular y secular, tratar asuntos políticos (6 y 8 de junio de 1833); se suprimió la coacción civil para el pago del diezmo y para el cumplimiento del voto monástico (27 de octubre y 6 de noviembre respectivamente); supresión de sacristías mayores (17 de diciembre de 1833); los edificios jesuitas fueron cedidos a los estados de la Federación (31 de enero de 1834), y se ordenaba la secularización de todas las misiones de la República (16 de abril de 1834).
En cuestiones del ejército se ordenaba la destitución de los jefes militares que se pronunciaran en contra de las instituciones federales (5 de agosto de 1833); se ordena la reducción del ejército, con el fin de mantener sólo a las tropas indispensables para proteger el orden interno (11 de noviembre de 1833), se ordena la disolución de los sublevados del ejército (15 de
noviembre de 1833); se ordena la formación de la milicia cívica en el D.F. y territorios (21 de marzo de 1834)
Gómez Farías trató de operar una profunda transformación en el campo de la educación, por considerar que era al Estado a quien correspondía atender este importante servicio social. Sus disposiciones en materia educativa, fueron de tal importancia que se las considera inspiratorias de la organización nacional.
Establece la libertad de imprenta el 2 de abril de 1833; suprime colegios religiosos y los destina a la educación pública (12 de octubre de 1833), suprime la Universidad Pontificia y ordena la creación de la Instrucción Pública (23 de octubre de 1833), se establece la creación de seis instituciones de estudios superiores, se declara la libertad de enseñanza y se crea la Escuela Normal de Profesores.
Al morir Gómez Farías, y por decisión de algunos clérigos, se le niega el derecho a ser sepultado en el camposanto, debido a su ferviente liberalismo, quedando sepultado en la huerta de su propiedad.
En el Centenario de la Escuela de Medicina en 1933, los restos del prócer de la reforma fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres. Así, por la labor desarrollada en la estructuración de la Constitución, donde quedaron plasmados sus ideales, el pueblo de México rinde homenaje a este ilustre mexicano denominándole: "EL PADRE DE LA REFORMA"
Valentín Gómez Farías fue hijo de españoles, ejerciendo la medicina en Aguascalientes donde fue elegido diputado de las cortes españolas.
Creó su propio batallón que sostuvo con recursos propios; se le conoce como "Padre de la reforma". Presidente por cinco ocasiones; se adhirió al "Plan de Ayutla" encabezado por Juan Álvarez, de la que resulta la Promulgación de la Constitución de 1857; a él debemos la fundación de la Biblioteca Nacional de la ciudad de México en 1833.
El personaje inspirador de los cambios del estado de la República muere en 1858, sus actos quedaron en beneficio de los mexicanos.
Los derechos del hombre fueron claramente formulados en veintinueve artículos, en ellos se enfatizó que eran la base de las instituciones y que el ser humano era libre e igual ante la ley, por lo que se excluían los tribunales especiales, los títulos de nobleza y los honores hereditarios. La libertad fue extendida a la enseñanza, el trabajo, la expresión de las ideas, la imprenta, así como la asociación, portación de armas y el libre tránsito. En cuanto a la Soberanía Nacional (artículo 39), se hizo residir "esencial y originalmente en el pueblo", lo cual modificó el precepto establecido por el Acta y la Constitución de 1824, donde quedó plasmado que la soberanía descansaba en la Nación.
Finalmente, estipulaba que la Nación estaría organizada como República representativa, democrática y federal.
Uno de los temas más discutidos en el Congreso Constituyente de 1856-1857 fue el concerniente a la religión. El proyecto elaborado por la comisión de la Constitución propuso, en el artículo 15, que "no se expedirá en la República ninguna ley, ni orden de autoridad que prohíba o impida el ejercicio de ningún culto religioso..."
Formalmente, la Constitución de 1857 siguió vigente hasta la aprobación en 1917 de la actual. El 1º de diciembre de 1916 se inició la sesión inaugural del Congreso Constituyente de Querétaro con la asistencia de 151 diputados. Venustiano Carranza, entonces Primer Jefe de la Revolución Constitucionalista y Encargado del Poder Ejecutivo, envió al Congreso un
proyecto de Constitución, que fue ampliado y mejorado -en cuanto a cuestiones sociales- por el documento final, promulgado el 5 de febrero de 1917.
El texto propuesto por Carranza el 1 de diciembre de 1916, reformaba la Constitución de 1857, sobre todo en materia de organización política.
Carranza solicitaba hacer efectiva la división de poderes, el pacto federal, los derechos del hombre -ahora llamados garantías individuales- y su correlato de amparo, realizar la elección directa del presidente, suprimir la vicepresidencia, y establecer la completa independencia del Poder Judicial. Aun cuando la fracción XX del artículo 72 del proyecto original otorgaba al Poder Legislativo Federal la facultad de expedir leyes sobre el trabajo y, no obstante que en las leyes expedidas por el propio Carranza durante el movimiento revolucionario, destaca la Ley Agraria del 6 de enero de 1915, los constituyentes no se conformaron con el proyecto que se les presentaba y consideraron que era en la Constitución, no en leyes secundarias y reglamentarias, donde debían quedar contempladas las leyes fundamentales sobre el problema agrario y las relaciones laborales.
Se vive el año de 1857; tiempos aciagos convulsionan interiormente al país. El orden jurídico se enaltece con la expedición de una nueva Constitución, el 5 de febrero del mismo año.
"El Poder Judicial", no dice Francisco de Paula Arrangoiz en su obra: "México desde 1808 hasta 1867", "es electivo cada seis años, sin que para ser magistrado en él se exija más requisito que estar instruido en la ciencia del derecho a juicio de los electores; ser mayor de treinta y cinco años y ciudadano mexicano por nacimiento, en ejercicio de sus derechos".
La Suprema Corte sigue de pie, con muchos problemas. Herida, pero de pie; respondiendo a las necesidades de la impartición de justicia en la medida en la que puede hacerlo y se le permite; aún no rompe las cadenas a las que se le somete a través de pasadas constituciones. Se gobernaba en la incertidumbre de las luchas internas y con los pocos elementos con los que contaba, pero aún así, cumplía su misión.
La Constitución de 1857, jurada el 5 de febrero del mismo año, fue el producto de profundas disertaciones históricas, jurídicas y filosóficas, destacando intervenciones como las de los insignes diputados Don Francisco Zarco, de Ponciano Arriaga y por supuesto la ponencia de Don Mariano Otero quién pretendía restaurar la Constitución de 1824, considerándose para ello reformas a la misma, tales como, la prohibición para que corporaciones religiosas adquirieren bienes inmuebles; abolición de fueros militares y eclesiásticos.
La Constitución de 1857 resulta una Constitución liberal, en la que en sus debates camarales ya detenta la semilla de los aspectos sociales, que posteriormente serán plasmados en la Constitución política de 1917, siendo, nos dice Felipe Tena, que Don Ignacio Ramírez se refirió al problema social: "...con mayor vehemencia que Arriaga...".
De esta Constitución y en relación a la Suprema Corte de Justicia, debemos de estar a lo que dispone la Sección III, Título del Poder Judicial, en cuyos artículos se dispone lo siguiente:
ART. 90.- Se deposita el ejercicio del Poder Judicial de la Federación en una Corte Suprema de Justicia y en los Tribunales del Distrito y Circuito.
ART. 91.- La Suprema Corte de Justicia se compondrá de once Ministros Propietarios, cuatro Supernumerarios, un Fiscal y un Procurador General.
ART. 92.- Cada uno de los individuos de la Suprema Corte de Justicia durará en su encargo seis años, y su elección será indirecta en primer grado, en los términos que disponga la ley electoral.
ART. 93.- Para ser electo individuo de la Suprema Corte de Justicia, se necesita: Estar instruido en la ciencia del derecho, á juicio de los electores, ser mayor de treinta y cinco años y ciudadano mexicano por nacimiento, en ejercicio de sus derechos.
ART. 94.- Los individuos de la Suprema Corte de Justicia al entrar a ejercer su encargo, prestarán juramento ante el Congreso, y en sus recesos ante la diputación permanente, en la forma siguiente: "¿Jurais desempeñar leal y patrióticamente el cargo de magistrado de la Suprema Corte de Justicia que os ha conferido el pueblo, conforme a la Constitución, y mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión?".
ART. 95.- El cargo de individuo de la Suprema Corte de Justicia solo es renunciable por causa grave, calificada por el Congreso, ante quien se presentará la renuncia. En los recesos de éste, la calificación se hará por la diputación permanente.
ART. 96.- La ley establecerá y organizará los Tribunales de Circuito y de Distrito.
ART. 97.- Corresponde a los Tribunales de la Federación conocer:
I.- De todas las controversias que se susciten sobre el cumplimiento y aplicación de las leyes federales.
II.- De las que versen sobre derecho marítimo.
III.- De aquellas en que la federación fuere parte.
IV.- De las que se susciten entre dos o más Estados.
V.- De las que susciten entre un Estado y uno o más vecinos de otro.
VI.- De las del orden civil o criminal que se susciten a consecuencia de los tratados celebrados con las potencias extranjeras.
VII.- De los casos concernientes a los agentes diplomáticos y cónsules.
ART. 98.- Corresponde a la Suprema Corte de Justicia desde la primera instancia, el conocimiento de las controversias que se susciten de un Estado con otro, y de aquellas en que la Unión fuere parte.
ART. 99.- Corresponde también a la Suprema Corte de Justicia dirimir las competencias que se susciten entre los tribunales de la federación; entre éstos y los de los Estados, o entre los de un Estado y los de otro.
ART. 100.- En los demás casos comprendidos en el Art. 97, la Suprema Corte de Justicia será tribunal de apelación, o bien de última instancia, conforme a la graduación que haga la ley de las atribuciones de los tribunales de Circuito y de Distrito.
ART. 101.- Los Tribunales de la Federación resolverán toda controversia que se suscite.
I.- Por leyes o actos de cualquiera autoridad que violen las garantías individuales.

II.- Por leyes o actos de la autoridad federal que vulneren o restrinjan la soberanía de los Estados.
III.- Por leyes o actos de las autoridades de éstos, que invadan la esfera de la autoridad federal.
ART. 102.- Todos los juicios de que habla el artículo anterior se seguirán, a petición de la parte agraviada, por medio de procedimientos y formas del orden jurídico, que determinará una ley. La sentencia será siempre tal, que solo se ocupe de individuos particulares, limitándose á protegerlos y ampararlos en el caso especial sobre que verse el proceso, sin hacer ninguna declaración general respecto de la ley o acto que la motivare.
Comonfort juró observar y respetar la Constitución de 57. Este ordenamiento establecía en su artículo 79, que el Presidente de la Suprema Corte de Justicia, substituiría al Presidente de la República, en ausencia de éste último; razón por la cual, ante el desconocimiento que de la Constitución a la que nos referimos, hizo el propio Comonfort, Juárez se entregó a la lucha en defensa de la misma, ocupando la primera magistratura de la República, dando cauce y paso a una nueva etapa en la Historia de México, de la que estamos seguros surge el Estado mexicano con tal vigor, que a la postre lanza a la vida jurídico política la Constitución de 1917, primer ordenamiento jurídico social del siglo XX.

Pues finalmente el Congreso promulgó la nueva Constitución el 5 de febrero de 1857.
Esta declaraba la libertad de enseñanza, de imprenta, de industria, de comercio, de trabajo y de asociación. Volvía a organizar al país como una república federal. Entre otras cosas, incluía un capítulo dedicado a las garantías individuales, y un procedimiento judicial para proteger ese derecho conocido como amparo. También apoyaba la autonomía de los municipios, en que se dividen los estados desde un punto de vista político.

EDUCACION EN EL MEXICO INDEPENDIENTE. LIDIA

EDUCACION EN EL MEXICO INDEPENDIENTE
Hoy que nos encontramos a cerca de ciento ochenta años de vida independiente, y aún cuando los propósitos no son los mismos, la educación en nuestro país continúa siendo tema de interés por sus implicaciones económicas, sociales, filosóficas, morales, pedagógicas y sobre todo políticas. De ahí, que en cada sexenio el presidente en turno, con su equipo, le impriman los cambios que consideran pertinentes.
Así, en el pasado, desde los orígenes de nuestra nación, asistimos a innumerables cambios ajustándolos a los vaivenes políticos e ideológicos en boga o a los intereses de partidos políticos que pretendían imponer su proyecto de nación.
En el trabajo, se trata de resaltar cómo el desarrollo educativo de México está determinado por amplios sectores sociales, que al acceder al control político de la nación imponen su proyecto de nación, en la creencia de que se está respondiendo a los intereses de la mayoría del pueblo mexicano.
INICIO DEL MÉXICO INDEPENDIENTE
En los primeros años del México Independiente nuestro país intenta romper con un sistema de gobierno impuesto por el dominio español. Las primeras décadas se distinguen por el enfrentamiento entre dos grupos políticos que tratan de imponer la forma de gobierno que ellos creen que es la adecuada para el país. Este no encuentra la forma apropiada de gobernar, se observa al ensayar distintos tipos de gobierno (monarquía, república federal, república central y nuevamente federal) mientras el país es presa del imperialismo agresivo del siglo pasado costándole tres invasiones, la perdida de más de dos millones de kilómetros cuadrados y varios levantamientos armados.
Las invasiones de Francia, las pérdidas territoriales con Estados Unidos y los constantes enfrentamientos entre liberales y conservadores permitieron que una generación de mexicanos, que ubicamos en las dos primeras décadas del siglo XIX, tomara conciencia de lo mexicano, se sintiera orgullosamente nacionalista y se preparara intelectualmente para enfrentar a las instituciones retrógradas del país con el fin de destruirlas en forma definitiva: el clero y el ejército.
La educación privada en México se inicia desde tiempos de la colonia cuando los llamados preceptores se ocupaban de la educación individual de niños, niñas y jóvenes.

Si bien desde los albores del siglo XVI existió en la Nueva España la preocupación por educar, no fue sino hasta principios del XVII cuando esta actividad fue normada por el gremio de maestros y por el Ayuntamiento, de modo que las escuelas de primeras letras funcionaron bajo la jurisdicción de la corona española.

A partir de la expedición de la Cortes e Cádiz en 1812 la vigilancia sobre la educación quedó en manos del Ayuntamiento. Esta misma distribución de la responsabilidad educativa se continuó en las constituciones estatales del México independiente promulgadas entre 1824 y 1827, lo que supone, por tanto, una larga tradición e vigilancia sobre todos los aspectos de la vida educativa, incluyendo a las escuelas particulares, cuyos dueños y clientela se encargaban de cubrir los gastos.

La independencia no interrumpió la continuidad del proceso de reforma de educativa que promovieron la Cortes de Cádiz, ni tampoco frenó otros proyectos como la creación de un plan de enseñanza pública general y la formación de un órgano estatal que centralizara y organizara las actividades en este ramo. Esto se explica en tanto que esas tareas estaban encaminadas a dar cohesión y sentido a la nueva nación y con ello a legitimar su permanencia.

En el mundo hispánico la educación encontró su razón de ser en la tradición católica, lo que le imprimió su carácter de unidad ideológica y cultural. En el México independiente, si bien el proceso de secularización había conducido a que el Estado asumiera casi toda la responsabilidad educativa, no con ello se pensó en relevar por completo a la Iglesia de sus funciones docentes. Bajo la vigilancia de los órganos estatales, se insistió que debería continuar desarrollando tareas educativas para cubrir la demanda de las escuelas de primeras letras. Entre 1786 y 1817 se habían expedido decretos que exigían a la Iglesia que cumpliera con su obligación de abrir escuelas gratuitas de primeras letras, (llamadas desde tiempo atrás "escuelas pías"), no sólo en los conventos, sino en cada parroquia. El interés del Ayuntamiento era obvio, pues a través de esta instancia, la Iglesia ofrecía educación gratuita a los niños sin recursos.

La exigencia de que la Iglesia participara en la educación como parte del proyecto de instrucción pública fue una idea permanente en los inicios del siglo XIX, que se dejó ver en los planes y reglamentos de la época. Se especificaron los límites de la educación particular en el "Reglamento General de Instrucción Pública" expedido por las Cortes Españolas el 29 de junio de 1821, el cual tuvo gran influencia sobre los planes educativos del México independiente. Las escuelas particulares gozaron de una libertad condicionada, ya que desde un principio se les fijaron ciertas restricciones. En el proyecto del reglamento general de instrucción pública de 1823 se decía que "todo ciudadano tiene facultad de formar establecimientos particulares de instrucción en todas las artes y ciencias, y para todas las profesiones, pero el Estado se reservaba la autoridad de supervisar y asegurarse de que los maestros de estas escuelas tuvieran las aptitudes y preparación necesarias para la enseñanza".

Efectivamente la libertad educativa consistía entonces en que los maestros de las escuelas particulares no tuvieran que ser examinados, lo que sí sucedía con los maestros del Ayuntamiento, aunque el Estado se encargaba de que los maestros particulares observaran "las reglas de la buena policía " pusieran "la mayor vigilancia para que las máximas y doctrinas que enseñen sean conformes a la Constitución Política de la Nación, a la sana moral". Desde entonces no hubo duda de que el Estado velaría porque la educación se ajustara a lo que éste consideraba "buena policía", y a los principios emanados de la Constitución y calificaría la pertinencia de los maestros según los límites fijados en la ley. Las reformas llevadas a cabo por Valentín Gómez Farías en 1833 reiteraban la obligación que tenía la Iglesia para abrir escuelas de primeras letras en parroquias y casas de religiosos haciendo hincapié en que tenían que ser gratuitas, razón por la cual formaban parte del sistema público de educación.

El concepto de educación particular empieza a adquirir sentido más por razones de pertenencia a un estrato social determinado que sólo por cuestiones ideológicas. Los maestros particulares, que daban clases de baile, música o dibujo a domicilio - y que siempre habían existido- así como los ayos, dedicados a la educación de niños de la aristocracia dentro de sus propios hogares, hacia 1830 empiezan a abrir escuelas reforzadas con la llegada de maestros franceses para un alumnado capaz de sostenerlas, sin recibir ningún subsidio del gobierno. Estos establecimientos se consideraron entonces como escuelas privadas, en tanto que las de la Compañía Lancasteriana y las de los conventos y parroquias eran gratuitas y por lo tanto públicas. Esta distinción económica no las excluía de la vigilancia del Estado, en el sentido de que no podían enseñar nada contrario a la moral ni a las reglas del gobierno.

En las primeras leyes de instrucción pública, tanto de liberales como de conservadores, se insistió en la libertad de enseñanza entendida en formas distintas. En los debates constitucionales de 1857 se percibió ya la conciencia de que el medio para romper el poder ideológico de la Iglesia no era mediante el fomento a la enseñanza privada, sino al contrario, con el fortalecimiento de la instrucción pública.

La paulatina pero creciente secularización que se fue operando en consonancia con las ideas liberales del siglo XIX minó el consenso católico, es decir, se redujeron los espacios del culto, y se amplió el terreno de la vida secular. A partir de ese momento, existió de parte de quienes defendían ideas distintas, la necesidad de crear generaciones nuevas que reprodujeran y defendieran los diferentes puntos de vista. Desde tiempos de la República Restaurada, la escuela católica se traduce como escuela privada, en oposición fortísima a la de gobierno y a las políticas apoyadas por el positivismo y la indiferencia religiosa del Ayuntamiento. Estas escuelas estaban inmersas dentro de una cultura que privilegiaba el conocimiento de la doctrina cristiana como único medio de asegurar la sobrevivencia moral de la sociedad, y como único medio de normar las relaciones dentro de la familia. La escuela particular en México adquirió desde entonces el sentido que tiene actualmente, de ser una opción a la escuela estatal, donde las políticas oficiales pueden ser cuestionadas y aún combatidas. La escuela católica surgió como un lugar donde se rechazaron las leyes de Reforma, donde se criticaron violentamente las políticas anticlericales del gobierno, pero sobre todo como un espacio donde podrían reproducirse los valores y las tradiciones católicas.

En los años del porfiriato la Iglesia y el Estado mantuvieron la confrontación iniciada en el siglo XIX por el poder sobre la orientación y la dirección de la educación. Sin embargo, Díaz no pretendía tener al clero por enemigo; por el contrario, buscó su alianza, aunque sin modificar las leyes de Reforma; al triunfo de los liberales, decidió seguir una política de condescendencia y tolerancia con la Iglesia que le permitió alcanzar la "paz'. Gracias a esta postura del dictador, la Iglesia se reorganizó y obtuvo los espacios suficientes para intervenir en la educación.

La ideología educativa oficial no logró ocultar las continuas concesiones a la escuela confesional, como lo demuestra la creación de nuevas diócesis, de nuevos conventos para hombres y para mujeres, el gran número de órdenes religiosas que llegaron a México a fundar sus escuelas, que con las ya establecidas, funcionaron sin ningún problema por parte del Estado. Los ataques desde el seno de la Iglesia contra el régimen no descalificaban la dictadura, sino la filosofía positivista, atea, que la permeó. Los liberales continuaron sus esfuerzos para evitar que la educación siguiera en manos de la Iglesia, pero la tolerancia de don Porfirio le concedió una posición de privilegio.

Gran parte de las primarias particulares dependían de las parroquias o de maestros muy acreditados en las localidades, escuelas pequeñas pero con prestigio social. Las preparatorias (que incluían tanto a la secundaria como a la preparatoria propiamente dicha), dependían en su mayoría de los Seminarios Diocesanos.
El crecimiento de la educación confesional fue considerable en la época porfirista; sin embargo, la política planificadora del Secretario Joaquín Baranda mantuvo el
Predominio del Estado y sus escuelas sobre la iniciativa privada; en l888 se promulgó la Ley de Enseñanza Obligatoria, aunque sólo el 33% de los niños acudían a la escuela primaria. Los datos sobre las escuelas son contradictorios, aunque todos coinciden en señalar un predominio de las oficiales. Moisés González Navarro, basándose en un informe de la época, afirma que las escuelas del Estado representaban el 77% del total, dejando el restante 33% a las escuelas particulares.[MCT 856]

Vera Estañol consideraba que en l910 acudían a las escuelas oficiales 733 247 niños en tanto que a las particulares iban 167 756, un 22.8%. Otros datos señalan que las escuelas particulares eran entonces 2,230, (el l8.7% del total); en tanto las oficiales eran 9,710, (el 81.3%)[MCT 857]. Para el Distrito Federal se habla del funcionamiento de 238 escuelas privadas con una asistencia de 12 287 alumnos, en tanto que las oficiales eran 390, con 51 555 alumnos. [MCT 858]

La sociedad porfiriana se encontraba polarizada; por un lado la inmensa mayoría de la población, de extracción rural vivía en condiciones de supervivencia, y por otro, un pequeño sector era dueño de un gran poder económico que buscaba en la educación algo más de lo que ofrecía la escuela oficial. Como señala Pani "las familias ricas tenían repulsión por las escuelas oficiales".[MCT 859] , y por ello buscaron la creación de las escuelas del clero, o de las escuelas para grupos de extranjeros que también anhelaban una educación diferente.

La paz porfírica permitió, en los inicios del siglo XX, el advenimiento de muchos grupos de religiosos y religiosas que abrirían las puertas de sus escuelas para convertirse en las escuelas particulares de mayor prestigio en el país. Lasallistas, jesuitas, maristas, salesianos, Religiosas de la Enseñanza, josefinas, Religiosas del Sagrado Corazón, Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado, teresianas, ursulinas, Salesas, Esclavas del Divino Pastor, entre otras. Un número muy considerable de escuelas confesionales se abrieron en muy poco tiempo. No existen datos precisos sobre este punto ya que las escuelas no tenían que manifestarse como religiosas o no, y tampoco se hacían encuestas periódicas y confiables. Sin embargo se puede afirmar que hubo un aumento de la educación privada a finales del porfiriato de escuelas que demostraron tener un gran arraigo en la población.

La Revolución trajo consigo infinidad de cambios en las instituciones y en la vida general del país. Las escuelas particulares sufrieron pocos trastornos en los primeros tres años del movimiento, ya que el régimen maderista fue moderado en su trato con las instituciones educativas y no intervino en el funcionamiento de las escuelas confesionales.

El año de l9l4 marcó una fecha definitiva en cuanto a la vida de los colegios particulares, fundamentalmente los católicos. Fue sin duda su año más difícil durante la etapa revolucionaria. Diferentes facciones, algunas anticlericales, acusaron a los religiosos, no sin razón, de apoyar al régimen de Victoriano Huerta, por lo que intensificaron la persecución de sacerdotes y montaron una campaña en contra de las escuelas que éstos dirigían; la lucha fue enconada, por lo que muchos planteles cerraron durante algunos años o desaparecieron definitivamente. Hay quienes aseguran que en ese año "todos los colegios sufrieron la clausura de sus actividades a mano militar".
Cuando la revolución armada llegó a su fin, el país entró en un período de reconstrucción que no sería fácil. Al quedar Venustiano Carranza como jefe supremo dela nación convocó el l4 de septiembre de 1916 al Congreso Constituyente donde presentó un proyecto de Constitución que mantenía muchos de los principios liberales de la anterior Carta Magna de 1857. El proyecto, de tendencia conservadora, no agradó a la mayoría parlamentaria, a la que pertenecía el nuevo sector liberal triunfante en la lucha revolucionaria, el cual más que un cambio en el aspecto de organización política, buscaba una transformación económica y social.

En materia de educación, el proyecto carrancista proclamaba que la enseñanza sería laica en establecimientos oficiales, y gratuita la primaria elemental y superior impartida en ellos. Este artículo sostenía el laicismo sólo para las escuelas dependientes del gobierno; las instituciones particulares quedaban en entera libertad de acción y el Estado no tenía derecho de intervenir en las políticas educativas de éstas. La redacción del artículo educativo, tal y como lo proponía Carranza, favorecía sin duda a los católicos y a sus escuelas, pues les permitía buenos espacios para su funcionamiento. Este era el texto de dicho artículo:

Habrá plena libertad de enseñanza, pero será laica la que se dé en los establecimientos oficiales de educación y gratuita la enseñanza primaria y elemental que se imparta en los mismos establecimientos.

Sin embargo, la iniciativa no fue aceptada por el Constituyente, que buscaba un cambio sustancial sobre todo en lo relativo a cuestiones religiosas; por consiguiente, optó por el proyecto de la comisión encargada de la redacción del artículo tercero. Esta propuso extender el laicismo a las escuelas particulares de educación primaria, así como prohibir a miembros de asociaciones religiosas establecer, dirigir o impartir enseñanza en los colegios. La nueva reglamentación propuesta recogía algunas de las disposiciones ya puestas en práctica en artículos constitucionales previos y en decretos estatales anteriores; con ella el Estado adquiriría control político e ideológico sobre la educación al tiempo que limitaba la acción del clero en la materia.

La Constitución afectó jurídica y políticamente el destino de la Iglesia al adjudicar al Estado el control educativo y de otras instancias tales como el manejo del estado civil de las personas, la reglamentación del culto público y la secularización de los hospitales y cementerios. El Estado trataba a la Iglesia como una institución política, y no daba validez a su función religiosa, lo que esta última no estaba dispuesta a aceptar. Ante el menoscabo de su acción participativa, la Iglesia como contendiente por el poder se alió a un grupo social integrado por católicos militantes, pertenecientes a las esferas de profesionistas e intelectuales de las clases media y alta y juntos lucharon por recuperar el poder y los privilegios perdidos.

La libertad de enseñanza entendida a la manera constitucionalista (educación laica), en torno de la cual se dieron las mayores disputas, fue la manera como el Estado ejerció "democráticamente" un fuerte control ideológico, aniquilando a uno de los contendientes por el poder educativo. La orientación revolucionaria de la educación debería impedir la penetración de las ideas religiosas. Los constituyentes pensaban que con el artículo tercero destruirían a la escuela católica, ese elemento tan importante para mantener vivo el espíritu de la Iglesia. El texto que se votó "se orientó hacia la destrucción de aquello que los revolucionarios consideraron el instrumento privilegiado de la Iglesia para el mantenimiento de su empresa sobre los espíritus: la escuela católica". En estos términos, el texto del artículo educativo impediría al clero tomar de nuevo la avanzada. El artículo propuesto por los revolucionarios quedó en los siguientes términos:
La enseñanza es libre: pero será laica la que se de en los establecimientos oficiales de educación, lo mismo que
la enseñanza primaria, elemental y superior, que
se imparta en establecimientos particulares.
Ninguna corporación religiosa, ni ministro de algún culto
podrá establecer o dirigir escuelas de instrucción primaria.
Las escuelas primarias particulares sólo podrán establecerse sujetándose a la vigilancia
oficial. En los establecimientos oficiales se impartirá gratuitamente la enseñanza primaria.
La Iglesia, jurídicamente incapacitada para evitar esta decisión amparada en conceptos supuestamente democráticos y legales, se encontró ante una situación de subordinación y desventaja a la que tuvo que enfrentar para mantenerse vigente en el terreno educativo. Afortunadamente para la Iglesia, el Estado dejó un reducto por donde pudo continuar su obra educativa. El artículo tercero no limitó la participación de los miembros de sociedades religiosas en su calidad de maestros. La única prohibición consistió en que corporaciones o ministros religiosos dirigieran o establecieran instituciones educativas. Sin embargo, esto último podía ser solucionado mediante ingeniosas maniobras, tales como crear sociedades de carácter civil para acreditar la procedencia de las órdenes.
En la Constitución de 1917 el Estado ratificó el compromiso de otorgar educación primaria a todos los niños mexicanos, y de esta forma refrendó su papel como rector absoluto y proveedor de la educación. Sin embargo, continuaba abierta la posibilidad negociada de la existencia de escuelas particulares.
Las protestas en contra del artículo tercero fueron inmediatas. Se formaron asociaciones y organismos que tuvieron como fin luchar por conseguir un control ideológico que contrarrestara al del Estado. La literatura de la época en contra del artículo tercero es muy abundante. Intelectuales católicos y conservadores se abocaron a la publicación de numerosos ensayos, artículos y todo tipo de impresos para refutar la ilicitud del ordenamiento. Con este fin se esgrimieron varios argumentos, desde los de carácter legal hasta los religiosos. Obviamente, los primeros en protestar fueron los miembros del clero. 19 días después de promulgada la Constitución, desde el exilio, y a través del arzobispo de México, José Mora y del Río, y de los obispos de Michoacán, Durango, Sinaloa, Tulancingo, Campeche, Chiapas, Yucatán, Tamaulipas, Aguascalientes, Saltillo, Querétaro, y Sonora manifestaron su protesta "ante los pueblos civilizados de la tierra" y exhortaron a la lucha por la libertad de la enseñanza primaria, secundaria y profesional. Rechazaron la autoridad ilimitada del Estado en la educación y consideraron que su participación debía restringirse a comprobar la suficiencia y eficiencia de los maestros, sin atacar las creencias religiosas. [MCT 866]

La organización más importante que se constituyó con el fin de impugnar el artículo 3º. fue la Unión Nacional de Padres de Familia, que reconocía "obediencia absoluta a las autoridades eclesiásticas", con quienes mantuvo ligas muy estrechas aunque no manifiestas; posteriormente defendería una postura mucho más radical que aquéllas. La Unión se convertiría entonces en la abanderada de la defensa de los "derechos" de los colegios particulares, sobre todo de los católicos.
El único medio con que contaban los católicos para mantener su lugar dentro de la educación nacional y para luchar en contra del laicismo oficial eran las escuelas particulares, donde podían continuar con un proselitismo constante en materia religios

por ello no cedieron en sus demandas, aun a pesar de los constantes embates que recibieron.

En la práctica el artículo tercero no se aplicó a la letra, ya que hubo tolerancia hacia las escuelas confesionales, tanto en el gobierno de Venustiano Carranza como en el de Adolfo de la Huerta y aún con Alvaro Obregón. No obstante era sabido que en cualquier momento podía ponerse en práctica.

Por ello, continuaron las protestas y las organizaciones reivindicadoras de la "libertad de enseñanza" fueron haciéndose cada día más fuertes . Una de las más constantes fue la Liga de Estudiantes Católicos (fundada en l9ll), y que posteriormente sería parte de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM). Esta organización surgió como reacción al "estado de relajamiento social resultante de la exclusión de Dios de las leyes", que había propiciado el positivismo; el fin de la asociación "no es otro que la coordinación de las fuerzas vivas de la juventud católica mexicana, para restaurar el orden social cristiano en México".

LA CONQUISTA DE MEXICO. LIDIA

LA CONQUISTA DE MEXICO
México, a lo largo de su historia, ha tenido diferentes facetas para poder constituirse como la nación que se presenta hoy en día. Podemos hablar desde su ubicación geográfica (tanto Aridoamérica como Mesoamérica) y su influencia para formar cierta cultura en los individuos que la habitan, los pueblos Aztecas, Mayas, Olmecas, Chichimecas entre muchas otras, las invasiones y qué decir de la Conquista Española, la influencia extranjera en general, etc.
Como podemos ver, México tiene una historia con gran influencia cultural de todas partes, actualmente en el país encontramos diferentes regiones con personas que profesan ciertas religiones, diferentes valores, diferentes modos de vestir, de hablar; y eso nos hace ser un país con gran diversidad cultural, sin embargo, con todas esas idiosincrasias que tenemos, se conforma una Identidad Nacional, que es el conjunto de todas las idiosincrasias que encontramos en nuestro territorio nacional.
Actualmente muchos autores, afirman que México esta adquiriendo muchos modismos en la lengua, formas de comer, y declaran que los mexicanos tienden hacia en American Way of Life, o sea, la imitación de la vida norteamericana; un buen carro Ford, comida rápida (Mc Donald´s, Pizza Hut), vestimenta de Levi´s, paseando por las grandes ciudades en centros comerciales, y tomando Cocacola.
Y bueno, en este ensayo trataremos de hacer una amplia disertación acerca del tema, trataremos de darle un panorama ecléctico a todo este complejo.
tener una idea más o menos clara del pasado nos permite entender el presente, saber quiénes somos y porqué somos así. Saber y entender que las cosas fueron de tal o cual manera, nos puede permitir hacer un juicio del pasado y posiblemente llegar a la paz en el presente con nosotros mismos y con nuestros prójimos.
De toda nuestra historia ningún momento ha sido más conflictivo que la Conquista. Hablar de la Conquista es abrir viejas heridas y levantar tempestades; todo porque no hemos podido entender bien a bien qué fue lo que pasó. La visión de este hecho es siempre limitada a los aspectos militar, evangélico y cultural, ignorando por completo los aspectos microbiológicos y genéticos, muy lentos en su forma de actuar pero permanentes en su presencia, por lo que sus efectos fueron y siguen siendo de enorme trascendencia.
Por lo anterior, me atrevo a dar mi visión de la Conquista de México, explicando primero los tres aspectos a los que se limita su estudio -militar, religioso y cultural- para después explicar las implicaciones que tuvo la Conquista en los aspectos microbianos y genéticos, según la intención de este escrito.
Dos principios fundamentales necesarios para tener una verdadera conquista: la conquista es general, ya que afecta a todos los aspectos culturales y biológicos de los conquistados. La conquista es irreversible, porque conquistados y conquistadores se funden en una nueva sociedad. Cuando estas dos condiciones no se dan, lo que tenemos es una ocupación militar, política y económica más o menos transitoria.
México ha sido una gran mezcla de costumbres de diferentes culturas, desde su fundación, la Conquista trajo nuevas costumbres, y truncó otras, la Iglesia jugó un papel fundamental en este proceso de Conquista, México tuvo una recesión de ciencia y tecnología a causa de este hecho.
A pesar de los 300 años de dominación, en México se conservan grandes tradiciones como: el Día de Muertos, las Peregrinaciones, los Voladores de Papantla, los dulces "mexicanos", la comida en general: Tamales, Tortillas, Chocolate, Pozole, Chiles en Nogada, el Mole.
México ha puesto en el mercado de los Estados Unidos en todo el mundo varios productos manufactureros, por lo cual México ha sido mundialmente reconocido.
Según la encuesta aplicada en 1991, "El 93% de los emigrantes mexicanos hacia los Estados Unidos quiere regresar a México, aunque en su población no tenga servicios públicos, tenga bajos ingresos."
México tiene grandes inmigrantes de los Estados Unidos, el 95% son gente adulta, a las poblaciones como San Miguel Allende, Tequisquiapan, somos el país latinoamericano más visitado por los turistas.
México tendrá que adaptarse a las nuevas tendencias del mundo, eso implica la tecnología, y si la desarrollan otros países, hay que traerla y aplicarla, sin embargo, los mexicanos no perderemos raíces profundas transmitidas de generación en generación. Si las múltiples invasiones, La Conquista de 300 años no pudieron hacerlo; Estados Unidos ni otros podrán hacer un cambio tajante en esta cultura de los MEXICANOS.
La lectura tradicional de lo acontecido a lo largo del siglo XVI y con posterioridad, representa al indígena obligado a vivir en los cerros, como último reducto. Sin embargo, con lo expuesto hasta ahora, se puede ver como la elección del sitio de montaña, era intrínseco para el indígena. En el "mundo" cambiante del siglo XVI y en el transformado de principios del siglo XVII, no es de extrañar que de nuevo se buscara el refugio en la montaña y el agua, como había sido tradición ante cada hecatombe ambiental y demográfica en Mesoamérica.

Pero esa comunidad resurgida, estaba alterada, en lo político y religioso, así como en las formas de apropiación del medio. La introducción de la biota euroasiática fue trastocando las facies que habían sido propias a la vida agraria de Mesoamérica por cerca de siete mil años. La reconstrucción del paisaje mítico fue eventualmente imposible de ser conducida, ya por la escasez de elementos humanos, como por el panorama yermo preponderante, circunstancias irreversibles, en tanto que eran consecuencia del rompimiento biológico más importante del holoceno, en el que la introducción consciente e inconsciente de especies vegetales y animales jugó un papel fundamental.
La Conquista de 300 años no pudieron hacerlo; Estados Unidos ni otros podrán hacer un cambio tajante en esta cultura de los MEXICANOS.
LAVOR EDUCATIVA DE LAS CONGREGACIONES RELIGIOSAS:
FRANCISCANOS.
El Instituto de las Hermanas Franciscanas Misioneras de la Inmaculada, fue fundado el año 1901, por Sor Francisca de Llagas Cornejo en la Ciudad de Quito de la República del Ecuador, son Religiosas que cumplen con una misión: la de propender por la formación integral, intelectual, moral, social y religiosa de quienes pertenecen a la comunidad educativa, bajo la égida de Dios Todopoderoso y teniendo como patrón excelso a San Francisco de Asís. Su vida apostólica como Religiosas se basa en el carisma de Adoración y Reparación, sirviendo con sencillez y caridad evangélica a las almas a nosotras encomendadas, a través de la Educación Cristiana y según nuestras constituciones, una de las formas de apostolado específicas del Instituto es desempeñar la misión de educar en las escuelas, teniendo casas y centros educacionales en Ecuador, Perú, México, Colombia, Venezuela, Italia y Chile.

Los Colegios de las Hermanas Franciscanas Misioneras de la Inmaculada, centran su filosofía educativa en la vida y obra de sus fundadores: San Francisco de Asís y Sor María Francisca de las Llagas, con una formación axiológica cristiana, una experiencia académica con suficiente rigor científico, un comportamiento social de respeto y admiración por los demás, enmarcados en parámetros de libertad, justicia, igualdad, fraternidad, democracia, compromiso, trabajo, participación y amor, que los conduzcan al reconocimiento de la divinidad, al servicio de la Iglesia y al descubrimiento de Dios, para responder con optimismo humano a lo que el mundo de hoy está pidiendo: Formar a la persona de cara a Cristo, donde todos los valores encuentren su plena realización teniendo en cuenta las relaciones con los otros, con la comunidad, con la naturaleza, con las cosas, con la historia y con Dios para que sea una expresión de alegría vivida, compartida y comunicada.
La Educación Franciscana propicia espacios para integrar en él la bondad original de San Francisco y el amor reparador de Sor María Francisca de las Llagas, en todo lo divino, lo humano; en su pensamiento no se da una filosofía de la sospecha sino de la transparencia, de confianza y acogida.
La filosofía Franciscana se interesa siempre por tratar de comprender el universo de lo inmediato, que es la vida humana y todos sus componentes necesarios,
Los Colegios Franciscanos asumen las innovaciones y los cambios con coherencia en el pensar, sentir y obrar, promoviendo la creación de un ser humano nuevo para una sociedad nueva, en virtud a las necesidades e intereses de nuestra comunidad educativa.
DOMINICOS:
Desde la Navidad de 1567, en Cartagena se empezaron a ver y a escuchar unos clérigos vestidos de negro, y no blancos como los dominicos, ni color café como los franciscanos; habían llegado en barcos españoles, vivían austeramente y dedicaban una gran parte del tiempo de su justo descanso, después del largo viaje, a predicar y confesar. Lo de Cartagena, se repitió en Panamá. Los interesantes sacerdotes así llegados decían pertenecer a la Compañía de Jesús y que su Orden había sido fundada por el Padre Ignacio de Loyola, muerto santamente en Roma, hacía solo 11 años.
Si se les preguntaba quien había aprobado su original modo de vida, distinto del de las Ordenes conocidas, sobre todo franciscanos y dominicos, respondían que Paulo III en 1540 y que Julio III lo había confirmado en 1550. Cuando los cartageneros y los panameños se habían aficionado a los ministerios de los jesuitas, estos eran llamados a seguir su camino hacia el sur, animados por las cartas de sus superiores, sobre todo de su General, el Padre Francisco de Borja.
En 1568, los jesuitas fundaron la Provincia del Perú y, cuatro años después, la de México. Eran las primeras de la parte hispana de América, obedeciendo con ello, sin duda, a la manera como se desarrolló la colonización del continente, pasada la fase insular antillana. La primera organización del Nuevo Mundo hispano se realizó alrededor de las zonas de las grandes culturas indígenas, la maya-azteca al norte y la incaica al sur. Desde allí se iría irradiando en todos los sentidos, uno de los cuales, sin duda de los más importantes, el medio cultural de los chibchas, en lo que hoy es el centro-oriente de Colombia.

Con el suministro generoso de personal jesuítico por parte de las Provincias europeas, y sobre todo de las españolas, pronto las americanas empezaron a extender su influjo: la de México hacia Centroamérica, Cuba y Filipinas, la del Perú hacia Quito, por el norte, Charcas o La Plata, por el este, y Tucumán y Chile, por el sur.
Al santo General Borja lo sucedió, en 1577, el belga Everardo Mercuriano y, a éste, en 1581, el italiano Claudio Aquaviva cuyo largo generalato de 34 años fue decisivo para el desarrollo de la Compañía en América. Los jesuitas del Perú fundaron, en Quito, Colegio de la Compañía en 1586 y ocho años después les fue confiado el Seminario de San Luis; desde allí, comenzaron una labor misional entre los indígenas del Marañón, del Napo y de vastas zonas del norte de la región de Quito y del sur del Nuevo Reino de Granada.
En marzo de 1590, tres jesuitas de Lima, los Padres Francisco de Victoria y Antonio Linero y el Hermano coadjutor Juan Martínez, fueron invitados por el recién nombrado presidente del Nuevo Reino, don Antonio González, para formar parte de la comitiva que lo acompañaría hasta su capital, con la ulterior finalidad de ver la posibilidad de establecer la Compañía en Santafé de Bogotá. En octubre del mismo año, y ya en Santafé, se les unió el P. Antonio Martínez quien venia enviado por el Provincial del Perú como superior del grupo, lo que permite pensar en la seriedad de los propósitos de alguna fundación. No obstante la buena acogida de los santafereños a los jesuitas, el Padre General no juzgó prudente extender el influjo apostólico de la Provincia peruana, escasa de personal para tantas obras como tenía y tan lejanas algunas del centro de gobierno que naturalmente era Lima.
Así que el primer intento no produjo los efectos soñados, aunque si el de dar a conocer la Compañía en Santafé, lo que sería importante pocos años después. En 1599, se produjo un segundo intento, pero esta vez desde la Nueva España: el recién nombrado arzobispo para Santafé, don Bartolomé Loboguerrero, quien a la sazón se desempeñaba como inquisidor general de la arquidiócesis de México, pidió al Provincial de la Compañía, P. Esteban Páez, dos sacerdotes que lo acompañaran en el viaje hasta su sede. Después de demoras y obvias dificultades internas de las comunidades de donde se debían sacar los dos destinados, fueron escogidos para la misión dos jóvenes sacerdotes, Alonso Medrano de 33 años y Francisco de Figueroa de 26, ambos en sus comienzos apostólicos en América y de quienes la Provincia mexicana esperaba mucho. El viaje por mar fue terrible y, según el testimonio del propio arzobispo, solo por intercesión del P. Ignacio lograron salvarse de la tempestad.
La llegada a Santafé con monseñor Loboguerrero y los meses que siguieron de fecundo apostolado, fueron la ocasión para que la sociedad santafereña, con el propio arzobispo y el gobernador, don Francisco Sande, a la cabeza, pidieran casa y colegio de la Compañía. El arzobispo quería, además, que fueran jesuitas los encargados de su seminario. El futuro no podía ser más promisorio, pero las dificultades parecían insolubles: primero, no había personal para ello; segundo, existía el veto a nuevas obras por parte del General Aquaviva, no por capricho, sino por las comprensibles limitaciones de efectivos jesuíticos para tantas obras que les pedían en el mundo; y, tercero, la corte española había prohibido el establecimiento de nuevas comunidades religiosas en un medio, como el del Nuevo Reino, que se juzgaba ya saturado de misioneros de las órdenes mendicantes: franciscanos, dominicos y agustinos.
La única solución con visos de éxito consistía en enviar procuradores a Roma y Madrid para que presentaran los argumentos en pro del establecimiento de la Compañía en el Nuevo Reino y lo negociaran en Roma, con el P. General, y, en Madrid, con los organismos pertinentes del Consejo de Indias. No obstante que no tenían la delegación de su provincial mexicano para ello, todos juzgaron que los lógicos enviados debían ser Medrano y Figueroa. Nada de raro tiene que los documentos que se enviaron a la Curia generalicia y a la Corte recarguen los tintes oscuros del proceso evangelizador con el fin de conmover la conciencia de quienes tenían que analizar la petición e inclinarlos a las solicitadas fundaciones.









Viceprovincia en Cartagena y en ella se definieron una serie de postulados para el General que permitieran definir, con su aprobación, el plan apostólico de los jesuitas para los próximos años. Como era de esperarse, se pidió que Quito y sus obras formaran jesuíticamente parte del Nuevo Reino con lo que la Provincia que se solicitaba sería una división madura con colegios, seminarios, misiones entre indígenas y los demás apostolados de la Compañía.
El P. General no cedió en lo de Quito, pero si concedió, en abril de 1611, que el Nuevo Reino fuera Provincia, así comenzara con modestos recursos que, según pudo comprobar Aquaviva por los informes de la Congregación, eran suplidos por un celo a toda prueba y por una generosidad de las Provincias europeas que fue factor decisivo para la puesta en marcha de un plan apostólico variado y de vasto alcance. El ya conocido P. Lyra fue nombrado primer Provincial, con las mismas atribuciones que el de Perú y el de México y con la consigna de organizar las casas de formación de los jóvenes jesuitas, de procurar la fundación de los colegios ya incoados en Santafé y Cartagena y de fortalecer el trabajo misional entre los indígenas y los esclavos negros.
La flamante Provincia respondió a la confianza que en ella depositó el P. Aquaviva de una manera inesperada y hasta pródiga ya que, según el General, “aun se echaban de menos algunas cosas como para poder decir que la división había llegado a estar plenamente madura”. El entusiasmo por la fundación fue el estímulo para superar las dificultades iniciales: debido a la reintegración de Quito a la Provincia del Perú, la del Nuevo Reino se quedaba sin noviciado, por lo cual el P. Lyra, con autorización de Roma, lo abrió en Santafé, bajo la dirección del P. Sebastián Morillo, con tres novicios y con grandes esperanzas vocacionales. Tantas, que, para 1613, eran 18 lo que motivó el traslado del noviciado a Tunja ya que la casa de Santafé resultaba del todo insuficiente. Con ello, la hidalga Tunja que, con tanto cariño e insistencia, había solicitado la presencia de la Compañía, la lograba con el noviciado y con un colegio.
VOCACIÓN EDUCATIVA DE LA PROVINCIA
La vocación definidamente educativa de la Provincia cristalizó en una serie de obras educativas que bien pronto caracterizaron, en gran parte, la presencia jesuítica en el Nuevo Reino. Primero fueron los colegios de Cartagena y Santafé en 1604 y, luego, el no muy definido colegio de Panamá en 1607. Después vendrán, sucesivamente: Tunja (1613), Honda (1620), Pamplona (1625), Mérida de Venezuela (1628), Popayán (1640) y Mompós (1643).
Con variantes no esenciales, por entonces, un Colegio de la Compañía era una institución de enseñanza básica que se iniciaba con los estudios de latinidad (gramática, sintaxis, composición), los que suponían alrededor una serie de actividades que se encaminaban a la formación lo más integral posible de las personas: lectura, escritura y contar, lección de memoria, composición, canto, formación religiosa y moral, participación en la congregación mariana y en sus actos de piedad y apostolado. De alguna manera, eran colegios-seminarios en el sentido que allí se preparaban laicos selectos, de entre los cuales surgían los clérigos para las diócesis, no muy numerosas por entonces en el Nuevo Reino, que generalmente carecían de un seminario como el prescrito por el recientemente celebrado Concilio de Trento.
Capítulo aparte merece el Colegio de Santafé, no solo por la cantidad y calidad de sus egresados, sino porque, desde el principio fue objeto de especial cuidado, en su organización, contenidos académicos cada vez más amplios y en profesorado, con el fin, expresado muy tempranamente, de que pudiera dar títulos, es decir, de que fuera universidad.
LA OPCIÓN MISIONAL ENTRE LOS INDIGENAS
Desde la llegada de los Padres Medrano y Figueroa a Santafé, los jesuitas optaron prioritariamente por el apostolado directo con los habitantes naturales de América, es decir, las tribus aborígenes. Sin dudarlo un momento, se propusieron dos como condiciones indispensables para que ello fuera posible y eficaz: el aprendizaje de las lenguas indígenas y la reducción de los grupos familiares a poblados para superar el ancestral aislamiento. La decisión en materia lingüística no era de sencillo cumplimiento, habida cuenta de que las culturas chibchas propias de la región intermedia entre los mayas y los incas, es decir desde la actual Nicaragua hasta el Ecuador, tenían una enorme variedad de dialectos sin que fueran iguales los que se hablaban en Bacatá (Bogotá) y en Hunsa (Tunja). Por eso, desde muy temprano se vio la necesidad de fundar dos escuelas de lenguas, una para los misioneros de Santafé y otra para los de Tunja.
Hoy sigue admirando la rapidez y eficacia con que se abrieron esas escuelas, se compusieron y publicaron gramáticas y diccionarios y se difundieron formularios para la catequesis y las confesiones. Casi se puede decir que el saber una o varias lenguas indígenas se convirtió en condición para ser misionero jesuita en América y en motivo de atracción para los indígenas que veían que aquellos hombres, no solo no les venían a quitar lo suyo, sino que querían ser como ellos y vivir con ellos.
Las primeras doctrinas jesuíticas entre los muiscas o chibchas del altiplano oriental andino del Nuevo Reino fueron las de Fontibón y Cajicá en la Sabana de Bogotá, atendidas por los Padres del Colegio de Santafé. En el norte, pronto prosperó la doctrina de Duitama. Con la venida de nuevos jesuitas de Europa y el aumento del noviciado de Tunja, el Provincial pudo empezar a extender la mirada más lejos, hacia zonas en las que erraban grupos indígenas privados de todo contacto con la predicación evangélica y, por tanto, sin catequizar ni bautizar; o hacia tribus que, habiendo recibido el bautismo, por falta de un adecuado seguimiento pastoral, vivían en una confusa mezcla de cristianismo e idolatría.
Las misiones de la Compañía en el oriente del Nuevo Reino, los llanos de los grandes ríos de la Orinoquía, se iniciaron en la época del arzobispo Femando Arias de Ugarte, ilustre neogranadino que honró la sede santafereña y que, a pesar de su corto gobierno (16 18-1625), procuró que no quedara un sitio de su jurisdicción sin su visita pastoral, siempre acompañado por jesuitas. Conocedor de los propósitos misionales de la Provincia, el arzobispo Arias les confió las doctrinas de Morcote, Chita, Támara y Pauto que comenzaron con los mejores augurios, tanto por la disponibilidad y celo de los misioneros, como por la entusiasta aceptación de los indígenas que sin problema fueron conformando núcleos de población cada vez más florecientes. Sin embargo, lo que empezó bien duró poco: precisamente el éxito misional atrajo miradas ambiciosas que pretendían hacerse a curatos que, creían, podían producir pingües beneficios económicos. El nuevo arzobispo, Julián Cortázar, compelido por los seculares y por el propio cabildo metropolitano, tomó, en 1629, la fatal decisión de privar de autoridad a los doctrineros jesuitas, retirándoles todas las licencias para administrar los sacramentos.
Es un capítulo penoso este de la primera etapa de las misiones de la Compañía en los Llanos: algo que se inició con tan buenas perspectivas y con la bendición arzobispal, se frustró por culpa de intereses en verdad menos apostólicos de ciertos clérigos seculares y menos cristianos de los mercaderes y encomenderos que vieron amenazado su negocio basado en la explotación de los indígenas. La situación duró 30 años, lamentable intervalo en que las doctrinas prácticamente desaparecieron al no hallarse quienes quisieran encargarse de los curatos que no constituían el tal dorado en que se llegó a soñar y si conllevaban una serie impredecible de trabajos y fatigas.
Durante la sede vacante, el canónico provisor del arzobispado, don Lucas Fernández de Piedrahita, antiguo alumno de San Bartolomé, volvió los ojos a la Compañía y planeó con el Provincial de entonces, P. Hernando Cavero, el reinicio de las frustradas misiones. En 1659, se volvió a la faena de la fundación de pueblos como base del apostolado misional entre achaguas, sálivas y otras tribus. Con adelantos y retrocesos se fue restableciendo la fe a lo largo de los ríos llaneros que confluyen en el gran Orinoco, el “Orinoco ilustrado” del misionero, escritor y científico, P. José Gumilla. Fue la época de la gran misión de la Compañía en los Llanos, coronada, en 1682, con el martirio de los Padres Ignacio Fiol, Ignacio Theobast y Gaspar Beck a manos de los caribes que, a su ferocidad natural, unían la motivación anticatólica que les infundían los protestantes holandeses establecidos al oriente del territorio español.
Este esbozo de las misiones es apenas introductorio, pero ya permite ver que constituye uno de los capítulos principales de la historia de la Provincia del Nuevo Reino de Granada, desde sus orígenes hasta la extinción de la Compañía en 1773. Con la expulsión de los jesuitas de los dominios del rey de España en 1767 se dio al traste con una obra civilizadora y cristianizadora que, respetando las culturas indígenas, estaba empezando a producir frutos de vastas perspectivas para el porvenir. Desgraciadamente lo que se destruyó entonces no se ha podido todavía reconstruir.
EL APOSTOLADO CON LOS ESCLAVOS NEGROS
Desde 1607, por lo menos, es posible encontrar fuentes documentales sobre los planes apostólicos de los jesuitas del Nuevo Reino en el medio de los negros esclavos. Más aún: la denuncia de la triste situación, cruel e inhumana desde cualquier ángulo que se la mire, es firme desde el principio y está encaminada a mover a las autoridades eclesiásticas y civiles para que asuman una actitud clara de defensa de los derechos de los negros en un mundo económico y político en que se aceptaba la esclavitud como una condición necesaria para el progreso económico de las naciones.
Desde sus inicios, en la Viceprovincia y, luego, en la Provincia, surge la voluntad de compromiso con el difícil apostolado en favor de los negros que llegaban a América, no solamente enfermos y sin información alguna sobre su suerte futura, sino en un estado de indefensión y de abandono que los hacía sentir inferiores a los mismos animales: “ser esclavo era valer menos que un perro, muchísimo menos que un caballo”. La reacción de los jesuitas, con el P. Alonso de Sandoval a la cabeza, es comprometida, heroica, no exenta de airada protesta: es aquí y ahora donde y cuando se compone y practica la llamada universal a “instaurar la obra de salvación de los etíopes”, magna obra programática del jesuita hispano-peruano que llegó al Nuevo Reino, se entregó al apostolado con los negros esclavos y Dios le concedió la gracia de tener como discípulo al P. Pedro Claver, el “esclavo de los esclavos para siempre”, quien se santificó practicando hasta el heroísmo la clarividente propuesta apostólica del “De instauranda aethiopum salute” de Sandoval.
El plan de la Provincia era simple, pero no dejaba duda: cada casa jesuítica, cada colegio, debería ser un centro de trabajo en favor de los negros esclavos; donde no hubiera casa ni colegio, y si una concentración grande de negros, se debía fundar un centro que simplemente se podía llamar “misión de Guinea” desde donde atender a las necesidades espirituales y materiales de los esclavos y sus familias. Dada la situación peculiar de dispersión y de imposibilidad de los esclavos de tomar decisiones, se hacia necesario que hubiera jesuitas que se ocuparan de abogar por el respeto a la dignidad humana y cristiana de quienes, después de ser vendidos, ya pertenecían a dueños diversos y eran maltratados o impedidos en la práctica religiosa, catequesis o sacramentos, o en los más elementales derechos como el trato justo, el pudor o el matrimonio.
San Pedro Claver (1580-1654), quien merece un capítulo especial, terminó de formarse en el Colegio de Santafé y en el Noviciado de Tunja. Aunque quería quedarse en el estado de coadjutor, como su consejero de Mallora, el santo hermano Alonso Rodríguez, el P. Provincial de Lyra lo destinó a Cartagena para que asumiera los ministerios de la Compañía después de recibir la ordenación sacerdotal. Esto sucedió en 1615. Desde 1617, fecha en que el P. Sandoval viajó a Lima, Claver dedicó toda su vida, todos sus esfuerzos, toda su santidad a los esclavos negros de quienes él se había declarado esclavo. Con hombres de esa magnitud se inició la Provincia del Nuevo Reino.
La personalidad de San Pedro Claver es la síntesis de lo mejor de la historia de la Provincia con respecto a los negros esclavos. El es conocido y venerado; pero no el único: no se puede olvidar a Sandoval, ni a sus fieles compañeros, el P. Carlos Orta y el Hermano Nicolás González; ni al grupo de los intérpretes formados minuciosamente por los misioneros para que llegaran hasta sus hermanos de raza en el momento crucial de su llegada del ominoso viaje desde África hasta Cartagena de Indias. Y, detrás de todos ellos, es necesario mencionar a quienes, no conocidos por el historiador, pero si por el Dios de la historia, contribuyeron con su fe y su acción, a veces de manera heroica, a crear la “americanidad” de la raza negra.
JESUITAS.
En 1568, los jesuitas fundaron la Provincia del Perú y, cuatro años después, la de México. Eran las primeras de la parte hispana de América, obedeciendo con ello, sin duda, a la manera como se desarrolló la colonización del continente, pasada la fase insular antillana. La primera organización del Nuevo Mundo hispano se realizó alrededor de las zonas de las grandes culturas indígenas, la maya-azteca al norte y la incaica al sur. Desde allí se iría irradiando en todos los sentidos, uno de los cuales, sin duda de los más importantes, el medio cultural de los chibchas, en lo que hoy es el centro-oriente de Colombia.
Con el suministro generoso de personal jesuítico por parte de las Provincias europeas, y sobre todo de las españolas, pronto las americanas empezaron a extender su influjo: la de México hacia Centroamérica, Cuba y Filipinas, la del Perú hacia Quito, por el norte, Charcas o La Plata, por el este, y Tucumán y Chile, por el sur.
EXPEDICIONES DE SONDEO HACIA EL NUEVO REINO DE GRANADA
Al santo General Borja lo sucedió, en 1577, el belga Everardo Mercuriano y, a éste, en 1581, el italiano Claudio Aquaviva cuyo largo generalato de 34 años fue decisivo para el desarrollo de la Compañía en América. Los jesuitas del Perú fundaron, en Quito, Colegio de la Compañía en 1586 y ocho años después les fue confiado el Seminario de San Luis; desde allí, comenzaron una labor misional entre los indígenas del Marañón, del Napo y de vastas zonas del norte de la región de Quito y del sur del Nuevo Reino de Granada.
En marzo de 1590, tres jesuitas de Lima, los Padres Francisco de Victoria y Antonio Linero y el Hermano coadjutor Juan Martínez, fueron invitados por el recién nombrado presidente del Nuevo Reino, don Antonio González, para formar parte de la comitiva que lo acompañaría hasta su capital, con la ulterior finalidad de ver la posibilidad de establecer la Compañía en Santafé de Bogotá. En octubre del mismo año, y ya en Santafé, se les unió el P. Antonio Martínez quien venia enviado por el Provincial del Perú como superior del grupo, lo que permite pensar en la seriedad de los propósitos de alguna fundación. No obstante la buena acogida de los santafereños a los jesuitas, el Padre General no juzgó prudente extender el influjo apostólico de la Provincia peruana, escasa de personal para tantas obras como tenía y tan lejanas algunas del centro de gobierno que naturalmente era Lima.
Así que el primer intento no produjo los efectos soñados, aunque si el de dar a conocer la Compañía en Santafé, lo que sería importante pocos años después. En 1599, se produjo un segundo intento, pero esta vez desde la Nueva España: el recién nombrado arzobispo para Santafé, don Bartolomé Loboguerrero, quien a la sazón se desempeñaba como inquisidor general de la arquidiócesis de México, pidió al Provincial de la Compañía, P. Esteban Páez, dos sacerdotes que lo acompañaran en el viaje hasta su sede. Después de demoras y obvias dificultades internas de las comunidades de donde se debían sacar los dos destinados, fueron escogidos para la misión dos jóvenes sacerdotes, Alonso Medrano de 33 años y Francisco de Figueroa de 26, ambos en sus comienzos apostólicos en América y de quienes la Provincia mexicana esperaba mucho. El viaje por mar fue terrible y, según el testimonio del propio arzobispo, solo por intercesión del P. Ignacio lograron salvarse de la tempestad.
La llegada a Santafé con monseñor Loboguerrero y los meses que siguieron de fecundo apostolado, fueron la ocasión para que la sociedad santafereña, con el propio arzobispo y el gobernador, don Francisco Sande, a la cabeza, pidieran casa y colegio de la Compañía. El arzobispo quería, además, que fueran jesuitas los encargados de su seminario. El futuro no podía ser más promisorio, pero las dificultades parecían insolubles: primero, no había personal para ello; segundo, existía el veto a nuevas obras por parte del General Aquaviva, no por capricho, sino por las comprensibles limitaciones de efectivos jesuíticos para tantas obras que les pedían en el mundo; y, tercero, la corte española había prohibido el establecimiento de nuevas comunidades religiosas en un medio, como el del Nuevo Reino, que se juzgaba ya saturado de misioneros de las órdenes mendicantes: franciscanos, dominicos y agustinos.
La única solución con visos de éxito consistía en enviar procuradores a Roma y Madrid para que presentaran los argumentos en pro del establecimiento de la Compañía en el Nuevo Reino y lo negociaran en Roma, con el P. General, y, en Madrid, con los organismos pertinentes del Consejo de Indias. No obstante que no tenían la delegación de su provincial mexicano para ello, todos juzgaron que los lógicos enviados debían ser Medrano y Figueroa. Nada de raro tiene que los documentos que se enviaron a la Curia generalicia y a la Corte recarguen los tintes oscuros del proceso evangelizador con el fin de conmover la conciencia de quienes tenían que analizar la petición e inclinarlos a las solicitadas fundaciones.

LA CONQUISTA DE MEXICO. LIDIA

LA CONQUISTA DE MEXICO
México, a lo largo de su historia, ha tenido diferentes facetas para poder constituirse como la nación que se presenta hoy en día. Podemos hablar desde su ubicación geográfica (tanto Aridoamérica como Mesoamérica) y su influencia para formar cierta cultura en los individuos que la habitan, los pueblos Aztecas, Mayas, Olmecas, Chichimecas entre muchas otras, las invasiones y qué decir de la Conquista Española, la influencia extranjera en general, etc.
Como podemos ver, México tiene una historia con gran influencia cultural de todas partes, actualmente en el país encontramos diferentes regiones con personas que profesan ciertas religiones, diferentes valores, diferentes modos de vestir, de hablar; y eso nos hace ser un país con gran diversidad cultural, sin embargo, con todas esas idiosincrasias que tenemos, se conforma una Identidad Nacional, que es el conjunto de todas las idiosincrasias que encontramos en nuestro territorio nacional.
Actualmente muchos autores, afirman que México esta adquiriendo muchos modismos en la lengua, formas de comer, y declaran que los mexicanos tienden hacia en American Way of Life, o sea, la imitación de la vida norteamericana; un buen carro Ford, comida rápida (Mc Donald´s, Pizza Hut), vestimenta de Levi´s, paseando por las grandes ciudades en centros comerciales, y tomando Cocacola.
Y bueno, en este ensayo trataremos de hacer una amplia disertación acerca del tema, trataremos de darle un panorama ecléctico a todo este complejo.
tener una idea más o menos clara del pasado nos permite entender el presente, saber quiénes somos y porqué somos así. Saber y entender que las cosas fueron de tal o cual manera, nos puede permitir hacer un juicio del pasado y posiblemente llegar a la paz en el presente con nosotros mismos y con nuestros prójimos.
De toda nuestra historia ningún momento ha sido más conflictivo que la Conquista. Hablar de la Conquista es abrir viejas heridas y levantar tempestades; todo porque no hemos podido entender bien a bien qué fue lo que pasó. La visión de este hecho es siempre limitada a los aspectos militar, evangélico y cultural, ignorando por completo los aspectos microbiológicos y genéticos, muy lentos en su forma de actuar pero permanentes en su presencia, por lo que sus efectos fueron y siguen siendo de enorme trascendencia.
Por lo anterior, me atrevo a dar mi visión de la Conquista de México, explicando primero los tres aspectos a los que se limita su estudio -militar, religioso y cultural- para después explicar las implicaciones que tuvo la Conquista en los aspectos microbianos y genéticos, según la intención de este escrito.
Dos principios fundamentales necesarios para tener una verdadera conquista: la conquista es general, ya que afecta a todos los aspectos culturales y biológicos de los conquistados. La conquista es irreversible, porque conquistados y conquistadores se funden en una nueva sociedad. Cuando estas dos condiciones no se dan, lo que tenemos es una ocupación militar, política y económica más o menos transitoria.
México ha sido una gran mezcla de costumbres de diferentes culturas, desde su fundación, la Conquista trajo nuevas costumbres, y truncó otras, la Iglesia jugó un papel fundamental en este proceso de Conquista, México tuvo una recesión de ciencia y tecnología a causa de este hecho.
A pesar de los 300 años de dominación, en México se conservan grandes tradiciones como: el Día de Muertos, las Peregrinaciones, los Voladores de Papantla, los dulces "mexicanos", la comida en general: Tamales, Tortillas, Chocolate, Pozole, Chiles en Nogada, el Mole.
México ha puesto en el mercado de los Estados Unidos en todo el mundo varios productos manufactureros, por lo cual México ha sido mundialmente reconocido.
Según la encuesta aplicada en 1991, "El 93% de los emigrantes mexicanos hacia los Estados Unidos quiere regresar a México, aunque en su población no tenga servicios públicos, tenga bajos ingresos."
México tiene grandes inmigrantes de los Estados Unidos, el 95% son gente adulta, a las poblaciones como San Miguel Allende, Tequisquiapan, somos el país latinoamericano más visitado por los turistas.
México tendrá que adaptarse a las nuevas tendencias del mundo, eso implica la tecnología, y si la desarrollan otros países, hay que traerla y aplicarla, sin embargo, los mexicanos no perderemos raíces profundas transmitidas de generación en generación. Si las múltiples invasiones, La Conquista de 300 años no pudieron hacerlo; Estados Unidos ni otros podrán hacer un cambio tajante en esta cultura de los MEXICANOS.
La lectura tradicional de lo acontecido a lo largo del siglo XVI y con posterioridad, representa al indígena obligado a vivir en los cerros, como último reducto. Sin embargo, con lo expuesto hasta ahora, se puede ver como la elección del sitio de montaña, era intrínseco para el indígena. En el "mundo" cambiante del siglo XVI y en el transformado de principios del siglo XVII, no es de extrañar que de nuevo se buscara el refugio en la montaña y el agua, como había sido tradición ante cada hecatombe ambiental y demográfica en Mesoamérica.

Pero esa comunidad resurgida, estaba alterada, en lo político y religioso, así como en las formas de apropiación del medio. La introducción de la biota euroasiática fue trastocando las facies que habían sido propias a la vida agraria de Mesoamérica por cerca de siete mil años. La reconstrucción del paisaje mítico fue eventualmente imposible de ser conducida, ya por la escasez de elementos humanos, como por el panorama yermo preponderante, circunstancias irreversibles, en tanto que eran consecuencia del rompimiento biológico más importante del holoceno, en el que la introducción consciente e inconsciente de especies vegetales y animales jugó un papel fundamental.
La Conquista de 300 años no pudieron hacerlo; Estados Unidos ni otros podrán hacer un cambio tajante en esta cultura de los MEXICANOS.
LAVOR EDUCATIVA DE LAS CONGREGACIONES RELIGIOSAS:
FRANCISCANOS.
El Instituto de las Hermanas Franciscanas Misioneras de la Inmaculada, fue fundado el año 1901, por Sor Francisca de Llagas Cornejo en la Ciudad de Quito de la República del Ecuador, son Religiosas que cumplen con una misión: la de propender por la formación integral, intelectual, moral, social y religiosa de quienes pertenecen a la comunidad educativa, bajo la égida de Dios Todopoderoso y teniendo como patrón excelso a San Francisco de Asís. Su vida apostólica como Religiosas se basa en el carisma de Adoración y Reparación, sirviendo con sencillez y caridad evangélica a las almas a nosotras encomendadas, a través de la Educación Cristiana y según nuestras constituciones, una de las formas de apostolado específicas del Instituto es desempeñar la misión de educar en las escuelas, teniendo casas y centros educacionales en Ecuador, Perú, México, Colombia, Venezuela, Italia y Chile.

Los Colegios de las Hermanas Franciscanas Misioneras de la Inmaculada, centran su filosofía educativa en la vida y obra de sus fundadores: San Francisco de Asís y Sor María Francisca de las Llagas, con una formación axiológica cristiana, una experiencia académica con suficiente rigor científico, un comportamiento social de respeto y admiración por los demás, enmarcados en parámetros de libertad, justicia, igualdad, fraternidad, democracia, compromiso, trabajo, participación y amor, que los conduzcan al reconocimiento de la divinidad, al servicio de la Iglesia y al descubrimiento de Dios, para responder con optimismo humano a lo que el mundo de hoy está pidiendo: Formar a la persona de cara a Cristo, donde todos los valores encuentren su plena realización teniendo en cuenta las relaciones con los otros, con la comunidad, con la naturaleza, con las cosas, con la historia y con Dios para que sea una expresión de alegría vivida, compartida y comunicada.
La Educación Franciscana propicia espacios para integrar en él la bondad original de San Francisco y el amor reparador de Sor María Francisca de las Llagas, en todo lo divino, lo humano; en su pensamiento no se da una filosofía de la sospecha sino de la transparencia, de confianza y acogida.
La filosofía Franciscana se interesa siempre por tratar de comprender el universo de lo inmediato, que es la vida humana y todos sus componentes necesarios,
Los Colegios Franciscanos asumen las innovaciones y los cambios con coherencia en el pensar, sentir y obrar, promoviendo la creación de un ser humano nuevo para una sociedad nueva, en virtud a las necesidades e intereses de nuestra comunidad educativa.
DOMINICOS:
Desde la Navidad de 1567, en Cartagena se empezaron a ver y a escuchar unos clérigos vestidos de negro, y no blancos como los dominicos, ni color café como los franciscanos; habían llegado en barcos españoles, vivían austeramente y dedicaban una gran parte del tiempo de su justo descanso, después del largo viaje, a predicar y confesar. Lo de Cartagena, se repitió en Panamá. Los interesantes sacerdotes así llegados decían pertenecer a la Compañía de Jesús y que su Orden había sido fundada por el Padre Ignacio de Loyola, muerto santamente en Roma, hacía solo 11 años.
Si se les preguntaba quien había aprobado su original modo de vida, distinto del de las Ordenes conocidas, sobre todo franciscanos y dominicos, respondían que Paulo III en 1540 y que Julio III lo había confirmado en 1550. Cuando los cartageneros y los panameños se habían aficionado a los ministerios de los jesuitas, estos eran llamados a seguir su camino hacia el sur, animados por las cartas de sus superiores, sobre todo de su General, el Padre Francisco de Borja.
En 1568, los jesuitas fundaron la Provincia del Perú y, cuatro años después, la de México. Eran las primeras de la parte hispana de América, obedeciendo con ello, sin duda, a la manera como se desarrolló la colonización del continente, pasada la fase insular antillana. La primera organización del Nuevo Mundo hispano se realizó alrededor de las zonas de las grandes culturas indígenas, la maya-azteca al norte y la incaica al sur. Desde allí se iría irradiando en todos los sentidos, uno de los cuales, sin duda de los más importantes, el medio cultural de los chibchas, en lo que hoy es el centro-oriente de Colombia.

Con el suministro generoso de personal jesuítico por parte de las Provincias europeas, y sobre todo de las españolas, pronto las americanas empezaron a extender su influjo: la de México hacia Centroamérica, Cuba y Filipinas, la del Perú hacia Quito, por el norte, Charcas o La Plata, por el este, y Tucumán y Chile, por el sur.
Al santo General Borja lo sucedió, en 1577, el belga Everardo Mercuriano y, a éste, en 1581, el italiano Claudio Aquaviva cuyo largo generalato de 34 años fue decisivo para el desarrollo de la Compañía en América. Los jesuitas del Perú fundaron, en Quito, Colegio de la Compañía en 1586 y ocho años después les fue confiado el Seminario de San Luis; desde allí, comenzaron una labor misional entre los indígenas del Marañón, del Napo y de vastas zonas del norte de la región de Quito y del sur del Nuevo Reino de Granada.
En marzo de 1590, tres jesuitas de Lima, los Padres Francisco de Victoria y Antonio Linero y el Hermano coadjutor Juan Martínez, fueron invitados por el recién nombrado presidente del Nuevo Reino, don Antonio González, para formar parte de la comitiva que lo acompañaría hasta su capital, con la ulterior finalidad de ver la posibilidad de establecer la Compañía en Santafé de Bogotá. En octubre del mismo año, y ya en Santafé, se les unió el P. Antonio Martínez quien venia enviado por el Provincial del Perú como superior del grupo, lo que permite pensar en la seriedad de los propósitos de alguna fundación. No obstante la buena acogida de los santafereños a los jesuitas, el Padre General no juzgó prudente extender el influjo apostólico de la Provincia peruana, escasa de personal para tantas obras como tenía y tan lejanas algunas del centro de gobierno que naturalmente era Lima.
Así que el primer intento no produjo los efectos soñados, aunque si el de dar a conocer la Compañía en Santafé, lo que sería importante pocos años después. En 1599, se produjo un segundo intento, pero esta vez desde la Nueva España: el recién nombrado arzobispo para Santafé, don Bartolomé Loboguerrero, quien a la sazón se desempeñaba como inquisidor general de la arquidiócesis de México, pidió al Provincial de la Compañía, P. Esteban Páez, dos sacerdotes que lo acompañaran en el viaje hasta su sede. Después de demoras y obvias dificultades internas de las comunidades de donde se debían sacar los dos destinados, fueron escogidos para la misión dos jóvenes sacerdotes, Alonso Medrano de 33 años y Francisco de Figueroa de 26, ambos en sus comienzos apostólicos en América y de quienes la Provincia mexicana esperaba mucho. El viaje por mar fue terrible y, según el testimonio del propio arzobispo, solo por intercesión del P. Ignacio lograron salvarse de la tempestad.
La llegada a Santafé con monseñor Loboguerrero y los meses que siguieron de fecundo apostolado, fueron la ocasión para que la sociedad santafereña, con el propio arzobispo y el gobernador, don Francisco Sande, a la cabeza, pidieran casa y colegio de la Compañía. El arzobispo quería, además, que fueran jesuitas los encargados de su seminario. El futuro no podía ser más promisorio, pero las dificultades parecían insolubles: primero, no había personal para ello; segundo, existía el veto a nuevas obras por parte del General Aquaviva, no por capricho, sino por las comprensibles limitaciones de efectivos jesuíticos para tantas obras que les pedían en el mundo; y, tercero, la corte española había prohibido el establecimiento de nuevas comunidades religiosas en un medio, como el del Nuevo Reino, que se juzgaba ya saturado de misioneros de las órdenes mendicantes: franciscanos, dominicos y agustinos.
La única solución con visos de éxito consistía en enviar procuradores a Roma y Madrid para que presentaran los argumentos en pro del establecimiento de la Compañía en el Nuevo Reino y lo negociaran en Roma, con el P. General, y, en Madrid, con los organismos pertinentes del Consejo de Indias. No obstante que no tenían la delegación de su provincial mexicano para ello, todos juzgaron que los lógicos enviados debían ser Medrano y Figueroa. Nada de raro tiene que los documentos que se enviaron a la Curia generalicia y a la Corte recarguen los tintes oscuros del proceso evangelizador con el fin de conmover la conciencia de quienes tenían que analizar la petición e inclinarlos a las solicitadas fundaciones.









Viceprovincia en Cartagena y en ella se definieron una serie de postulados para el General que permitieran definir, con su aprobación, el plan apostólico de los jesuitas para los próximos años. Como era de esperarse, se pidió que Quito y sus obras formaran jesuíticamente parte del Nuevo Reino con lo que la Provincia que se solicitaba sería una división madura con colegios, seminarios, misiones entre indígenas y los demás apostolados de la Compañía.
El P. General no cedió en lo de Quito, pero si concedió, en abril de 1611, que el Nuevo Reino fuera Provincia, así comenzara con modestos recursos que, según pudo comprobar Aquaviva por los informes de la Congregación, eran suplidos por un celo a toda prueba y por una generosidad de las Provincias europeas que fue factor decisivo para la puesta en marcha de un plan apostólico variado y de vasto alcance. El ya conocido P. Lyra fue nombrado primer Provincial, con las mismas atribuciones que el de Perú y el de México y con la consigna de organizar las casas de formación de los jóvenes jesuitas, de procurar la fundación de los colegios ya incoados en Santafé y Cartagena y de fortalecer el trabajo misional entre los indígenas y los esclavos negros.
La flamante Provincia respondió a la confianza que en ella depositó el P. Aquaviva de una manera inesperada y hasta pródiga ya que, según el General, “aun se echaban de menos algunas cosas como para poder decir que la división había llegado a estar plenamente madura”. El entusiasmo por la fundación fue el estímulo para superar las dificultades iniciales: debido a la reintegración de Quito a la Provincia del Perú, la del Nuevo Reino se quedaba sin noviciado, por lo cual el P. Lyra, con autorización de Roma, lo abrió en Santafé, bajo la dirección del P. Sebastián Morillo, con tres novicios y con grandes esperanzas vocacionales. Tantas, que, para 1613, eran 18 lo que motivó el traslado del noviciado a Tunja ya que la casa de Santafé resultaba del todo insuficiente. Con ello, la hidalga Tunja que, con tanto cariño e insistencia, había solicitado la presencia de la Compañía, la lograba con el noviciado y con un colegio.
VOCACIÓN EDUCATIVA DE LA PROVINCIA
La vocación definidamente educativa de la Provincia cristalizó en una serie de obras educativas que bien pronto caracterizaron, en gran parte, la presencia jesuítica en el Nuevo Reino. Primero fueron los colegios de Cartagena y Santafé en 1604 y, luego, el no muy definido colegio de Panamá en 1607. Después vendrán, sucesivamente: Tunja (1613), Honda (1620), Pamplona (1625), Mérida de Venezuela (1628), Popayán (1640) y Mompós (1643).
Con variantes no esenciales, por entonces, un Colegio de la Compañía era una institución de enseñanza básica que se iniciaba con los estudios de latinidad (gramática, sintaxis, composición), los que suponían alrededor una serie de actividades que se encaminaban a la formación lo más integral posible de las personas: lectura, escritura y contar, lección de memoria, composición, canto, formación religiosa y moral, participación en la congregación mariana y en sus actos de piedad y apostolado. De alguna manera, eran colegios-seminarios en el sentido que allí se preparaban laicos selectos, de entre los cuales surgían los clérigos para las diócesis, no muy numerosas por entonces en el Nuevo Reino, que generalmente carecían de un seminario como el prescrito por el recientemente celebrado Concilio de Trento.
Capítulo aparte merece el Colegio de Santafé, no solo por la cantidad y calidad de sus egresados, sino porque, desde el principio fue objeto de especial cuidado, en su organización, contenidos académicos cada vez más amplios y en profesorado, con el fin, expresado muy tempranamente, de que pudiera dar títulos, es decir, de que fuera universidad.
LA OPCIÓN MISIONAL ENTRE LOS INDIGENAS
Desde la llegada de los Padres Medrano y Figueroa a Santafé, los jesuitas optaron prioritariamente por el apostolado directo con los habitantes naturales de América, es decir, las tribus aborígenes. Sin dudarlo un momento, se propusieron dos como condiciones indispensables para que ello fuera posible y eficaz: el aprendizaje de las lenguas indígenas y la reducción de los grupos familiares a poblados para superar el ancestral aislamiento. La decisión en materia lingüística no era de sencillo cumplimiento, habida cuenta de que las culturas chibchas propias de la región intermedia entre los mayas y los incas, es decir desde la actual Nicaragua hasta el Ecuador, tenían una enorme variedad de dialectos sin que fueran iguales los que se hablaban en Bacatá (Bogotá) y en Hunsa (Tunja). Por eso, desde muy temprano se vio la necesidad de fundar dos escuelas de lenguas, una para los misioneros de Santafé y otra para los de Tunja.
Hoy sigue admirando la rapidez y eficacia con que se abrieron esas escuelas, se compusieron y publicaron gramáticas y diccionarios y se difundieron formularios para la catequesis y las confesiones. Casi se puede decir que el saber una o varias lenguas indígenas se convirtió en condición para ser misionero jesuita en América y en motivo de atracción para los indígenas que veían que aquellos hombres, no solo no les venían a quitar lo suyo, sino que querían ser como ellos y vivir con ellos.
Las primeras doctrinas jesuíticas entre los muiscas o chibchas del altiplano oriental andino del Nuevo Reino fueron las de Fontibón y Cajicá en la Sabana de Bogotá, atendidas por los Padres del Colegio de Santafé. En el norte, pronto prosperó la doctrina de Duitama. Con la venida de nuevos jesuitas de Europa y el aumento del noviciado de Tunja, el Provincial pudo empezar a extender la mirada más lejos, hacia zonas en las que erraban grupos indígenas privados de todo contacto con la predicación evangélica y, por tanto, sin catequizar ni bautizar; o hacia tribus que, habiendo recibido el bautismo, por falta de un adecuado seguimiento pastoral, vivían en una confusa mezcla de cristianismo e idolatría.
Las misiones de la Compañía en el oriente del Nuevo Reino, los llanos de los grandes ríos de la Orinoquía, se iniciaron en la época del arzobispo Femando Arias de Ugarte, ilustre neogranadino que honró la sede santafereña y que, a pesar de su corto gobierno (16 18-1625), procuró que no quedara un sitio de su jurisdicción sin su visita pastoral, siempre acompañado por jesuitas. Conocedor de los propósitos misionales de la Provincia, el arzobispo Arias les confió las doctrinas de Morcote, Chita, Támara y Pauto que comenzaron con los mejores augurios, tanto por la disponibilidad y celo de los misioneros, como por la entusiasta aceptación de los indígenas que sin problema fueron conformando núcleos de población cada vez más florecientes. Sin embargo, lo que empezó bien duró poco: precisamente el éxito misional atrajo miradas ambiciosas que pretendían hacerse a curatos que, creían, podían producir pingües beneficios económicos. El nuevo arzobispo, Julián Cortázar, compelido por los seculares y por el propio cabildo metropolitano, tomó, en 1629, la fatal decisión de privar de autoridad a los doctrineros jesuitas, retirándoles todas las licencias para administrar los sacramentos.
Es un capítulo penoso este de la primera etapa de las misiones de la Compañía en los Llanos: algo que se inició con tan buenas perspectivas y con la bendición arzobispal, se frustró por culpa de intereses en verdad menos apostólicos de ciertos clérigos seculares y menos cristianos de los mercaderes y encomenderos que vieron amenazado su negocio basado en la explotación de los indígenas. La situación duró 30 años, lamentable intervalo en que las doctrinas prácticamente desaparecieron al no hallarse quienes quisieran encargarse de los curatos que no constituían el tal dorado en que se llegó a soñar y si conllevaban una serie impredecible de trabajos y fatigas.
Durante la sede vacante, el canónico provisor del arzobispado, don Lucas Fernández de Piedrahita, antiguo alumno de San Bartolomé, volvió los ojos a la Compañía y planeó con el Provincial de entonces, P. Hernando Cavero, el reinicio de las frustradas misiones. En 1659, se volvió a la faena de la fundación de pueblos como base del apostolado misional entre achaguas, sálivas y otras tribus. Con adelantos y retrocesos se fue restableciendo la fe a lo largo de los ríos llaneros que confluyen en el gran Orinoco, el “Orinoco ilustrado” del misionero, escritor y científico, P. José Gumilla. Fue la época de la gran misión de la Compañía en los Llanos, coronada, en 1682, con el martirio de los Padres Ignacio Fiol, Ignacio Theobast y Gaspar Beck a manos de los caribes que, a su ferocidad natural, unían la motivación anticatólica que les infundían los protestantes holandeses establecidos al oriente del territorio español.
Este esbozo de las misiones es apenas introductorio, pero ya permite ver que constituye uno de los capítulos principales de la historia de la Provincia del Nuevo Reino de Granada, desde sus orígenes hasta la extinción de la Compañía en 1773. Con la expulsión de los jesuitas de los dominios del rey de España en 1767 se dio al traste con una obra civilizadora y cristianizadora que, respetando las culturas indígenas, estaba empezando a producir frutos de vastas perspectivas para el porvenir. Desgraciadamente lo que se destruyó entonces no se ha podido todavía reconstruir.
EL APOSTOLADO CON LOS ESCLAVOS NEGROS
Desde 1607, por lo menos, es posible encontrar fuentes documentales sobre los planes apostólicos de los jesuitas del Nuevo Reino en el medio de los negros esclavos. Más aún: la denuncia de la triste situación, cruel e inhumana desde cualquier ángulo que se la mire, es firme desde el principio y está encaminada a mover a las autoridades eclesiásticas y civiles para que asuman una actitud clara de defensa de los derechos de los negros en un mundo económico y político en que se aceptaba la esclavitud como una condición necesaria para el progreso económico de las naciones.
Desde sus inicios, en la Viceprovincia y, luego, en la Provincia, surge la voluntad de compromiso con el difícil apostolado en favor de los negros que llegaban a América, no solamente enfermos y sin información alguna sobre su suerte futura, sino en un estado de indefensión y de abandono que los hacía sentir inferiores a los mismos animales: “ser esclavo era valer menos que un perro, muchísimo menos que un caballo”. La reacción de los jesuitas, con el P. Alonso de Sandoval a la cabeza, es comprometida, heroica, no exenta de airada protesta: es aquí y ahora donde y cuando se compone y practica la llamada universal a “instaurar la obra de salvación de los etíopes”, magna obra programática del jesuita hispano-peruano que llegó al Nuevo Reino, se entregó al apostolado con los negros esclavos y Dios le concedió la gracia de tener como discípulo al P. Pedro Claver, el “esclavo de los esclavos para siempre”, quien se santificó practicando hasta el heroísmo la clarividente propuesta apostólica del “De instauranda aethiopum salute” de Sandoval.
El plan de la Provincia era simple, pero no dejaba duda: cada casa jesuítica, cada colegio, debería ser un centro de trabajo en favor de los negros esclavos; donde no hubiera casa ni colegio, y si una concentración grande de negros, se debía fundar un centro que simplemente se podía llamar “misión de Guinea” desde donde atender a las necesidades espirituales y materiales de los esclavos y sus familias. Dada la situación peculiar de dispersión y de imposibilidad de los esclavos de tomar decisiones, se hacia necesario que hubiera jesuitas que se ocuparan de abogar por el respeto a la dignidad humana y cristiana de quienes, después de ser vendidos, ya pertenecían a dueños diversos y eran maltratados o impedidos en la práctica religiosa, catequesis o sacramentos, o en los más elementales derechos como el trato justo, el pudor o el matrimonio.
San Pedro Claver (1580-1654), quien merece un capítulo especial, terminó de formarse en el Colegio de Santafé y en el Noviciado de Tunja. Aunque quería quedarse en el estado de coadjutor, como su consejero de Mallora, el santo hermano Alonso Rodríguez, el P. Provincial de Lyra lo destinó a Cartagena para que asumiera los ministerios de la Compañía después de recibir la ordenación sacerdotal. Esto sucedió en 1615. Desde 1617, fecha en que el P. Sandoval viajó a Lima, Claver dedicó toda su vida, todos sus esfuerzos, toda su santidad a los esclavos negros de quienes él se había declarado esclavo. Con hombres de esa magnitud se inició la Provincia del Nuevo Reino.
La personalidad de San Pedro Claver es la síntesis de lo mejor de la historia de la Provincia con respecto a los negros esclavos. El es conocido y venerado; pero no el único: no se puede olvidar a Sandoval, ni a sus fieles compañeros, el P. Carlos Orta y el Hermano Nicolás González; ni al grupo de los intérpretes formados minuciosamente por los misioneros para que llegaran hasta sus hermanos de raza en el momento crucial de su llegada del ominoso viaje desde África hasta Cartagena de Indias. Y, detrás de todos ellos, es necesario mencionar a quienes, no conocidos por el historiador, pero si por el Dios de la historia, contribuyeron con su fe y su acción, a veces de manera heroica, a crear la “americanidad” de la raza negra.
JESUITAS.
En 1568, los jesuitas fundaron la Provincia del Perú y, cuatro años después, la de México. Eran las primeras de la parte hispana de América, obedeciendo con ello, sin duda, a la manera como se desarrolló la colonización del continente, pasada la fase insular antillana. La primera organización del Nuevo Mundo hispano se realizó alrededor de las zonas de las grandes culturas indígenas, la maya-azteca al norte y la incaica al sur. Desde allí se iría irradiando en todos los sentidos, uno de los cuales, sin duda de los más importantes, el medio cultural de los chibchas, en lo que hoy es el centro-oriente de Colombia.
Con el suministro generoso de personal jesuítico por parte de las Provincias europeas, y sobre todo de las españolas, pronto las americanas empezaron a extender su influjo: la de México hacia Centroamérica, Cuba y Filipinas, la del Perú hacia Quito, por el norte, Charcas o La Plata, por el este, y Tucumán y Chile, por el sur.
EXPEDICIONES DE SONDEO HACIA EL NUEVO REINO DE GRANADA
Al santo General Borja lo sucedió, en 1577, el belga Everardo Mercuriano y, a éste, en 1581, el italiano Claudio Aquaviva cuyo largo generalato de 34 años fue decisivo para el desarrollo de la Compañía en América. Los jesuitas del Perú fundaron, en Quito, Colegio de la Compañía en 1586 y ocho años después les fue confiado el Seminario de San Luis; desde allí, comenzaron una labor misional entre los indígenas del Marañón, del Napo y de vastas zonas del norte de la región de Quito y del sur del Nuevo Reino de Granada.
En marzo de 1590, tres jesuitas de Lima, los Padres Francisco de Victoria y Antonio Linero y el Hermano coadjutor Juan Martínez, fueron invitados por el recién nombrado presidente del Nuevo Reino, don Antonio González, para formar parte de la comitiva que lo acompañaría hasta su capital, con la ulterior finalidad de ver la posibilidad de establecer la Compañía en Santafé de Bogotá. En octubre del mismo año, y ya en Santafé, se les unió el P. Antonio Martínez quien venia enviado por el Provincial del Perú como superior del grupo, lo que permite pensar en la seriedad de los propósitos de alguna fundación. No obstante la buena acogida de los santafereños a los jesuitas, el Padre General no juzgó prudente extender el influjo apostólico de la Provincia peruana, escasa de personal para tantas obras como tenía y tan lejanas algunas del centro de gobierno que naturalmente era Lima.
Así que el primer intento no produjo los efectos soñados, aunque si el de dar a conocer la Compañía en Santafé, lo que sería importante pocos años después. En 1599, se produjo un segundo intento, pero esta vez desde la Nueva España: el recién nombrado arzobispo para Santafé, don Bartolomé Loboguerrero, quien a la sazón se desempeñaba como inquisidor general de la arquidiócesis de México, pidió al Provincial de la Compañía, P. Esteban Páez, dos sacerdotes que lo acompañaran en el viaje hasta su sede. Después de demoras y obvias dificultades internas de las comunidades de donde se debían sacar los dos destinados, fueron escogidos para la misión dos jóvenes sacerdotes, Alonso Medrano de 33 años y Francisco de Figueroa de 26, ambos en sus comienzos apostólicos en América y de quienes la Provincia mexicana esperaba mucho. El viaje por mar fue terrible y, según el testimonio del propio arzobispo, solo por intercesión del P. Ignacio lograron salvarse de la tempestad.
La llegada a Santafé con monseñor Loboguerrero y los meses que siguieron de fecundo apostolado, fueron la ocasión para que la sociedad santafereña, con el propio arzobispo y el gobernador, don Francisco Sande, a la cabeza, pidieran casa y colegio de la Compañía. El arzobispo quería, además, que fueran jesuitas los encargados de su seminario. El futuro no podía ser más promisorio, pero las dificultades parecían insolubles: primero, no había personal para ello; segundo, existía el veto a nuevas obras por parte del General Aquaviva, no por capricho, sino por las comprensibles limitaciones de efectivos jesuíticos para tantas obras que les pedían en el mundo; y, tercero, la corte española había prohibido el establecimiento de nuevas comunidades religiosas en un medio, como el del Nuevo Reino, que se juzgaba ya saturado de misioneros de las órdenes mendicantes: franciscanos, dominicos y agustinos.
La única solución con visos de éxito consistía en enviar procuradores a Roma y Madrid para que presentaran los argumentos en pro del establecimiento de la Compañía en el Nuevo Reino y lo negociaran en Roma, con el P. General, y, en Madrid, con los organismos pertinentes del Consejo de Indias. No obstante que no tenían la delegación de su provincial mexicano para ello, todos juzgaron que los lógicos enviados debían ser Medrano y Figueroa. Nada de raro tiene que los documentos que se enviaron a la Curia generalicia y a la Corte recarguen los tintes oscuros del proceso evangelizador con el fin de conmover la conciencia de quienes tenían que analizar la petición e inclinarlos a las solicitadas fundaciones.